Te despiertas. Has soñado. Saltaste, tal vez, hogueras. Brindaste. Celebraste. Pediste deseos. Quemaste papeles. Hiciste sortilegios y esas otras variantes dignas de chiste o de mago barato. Lo que sea. Creíste en la magia. Crees. ¿Qué pediste? ¿Era para hoy? ¿Era para más adelante?

Los deseos siempre es bueno pedirlos con mucho tiempo de antelación, no vaya a ser que se frustren. La posibilidad es mala copiloto en la vida. Pura peripecia.

Quiero, quiero, quiero. Deseo, deseo, deseo.

Sea por San Juan o sea por San Benito, en Santa Marta o por San Antón, soñar es algo que hacemos desde niños. Sanísimo. Posología diaria. La fantasía nos viene en el pack de serie, con el elevalunas y el aire acondicionado; una práctica infantil que atraviesa generaciones, como Drácula viajando por los siglos en busca de su amor. Eso, soñar, y pedir deseos. Desde el balón de reglamento a la casa en la playa, desde el pelo más rubio al sueldo más alto, desde el verano más largo o la… Lo que sea. Pedir, pedimos. Soñar, soñamos.

La ficción que se construye alrededor de un deseo resulta higiénica, balsámica y saludable. La ficción nos salva de la realidad, que no siempre es de cuento. ¡A la hoguera! Porque muchas veces el cerebro funciona como si fuera nuestra kriptonita. Machacándonos. Por eso es conveniente la fábula, el deseo, lo irreal.

Y así, soñamos. Fantaseamos. Celebramos la magia. El fuego purifica. Alimentamos al sol en ritos paganos y le damos más fuerza.

Y pedimos deseos.

La noche soñada es hoy, víspera de San Juan. En el sueño que mencionaba al inicio había rescoldos de la hoguera anterior. Papelitos infantiles que no llegaron a quemarse con los demás porque la brisa los paralizó. O el salto de alguien. O la voluntad de las brujas. Vete a saber. Lo mismo, pienso, el deseo escrito es tan salvaje que las hechiceras, magas y lechuzas que sobrevolaban invisibles se negaron a cumplirlo. No nos avisaron de las contraindicaciones del verbo soñar. Solo aprendimos a conjugarlo.

Hacienda somos todos, sí. Fantasía, no.

La vida es el sueño por cumplir. El entretiempo. La vida sucede a veces. La vida nos invita a café. La vida sobrepasa. La vida jode. La vida te pasea. La vida te golpea. La vida de fascina. La vida brinda o rompe las copas. La vida es ese huequito extraño que queda entre lo que no querías y lo que fue. Una grieta de luz. Por eso soñamos, por eso pedimos deseos. La ficción nos salva, te lo dije.

Así empezaban los cuentos, ¿no? Érase una vez…

¿Comieron perdices? Y… ¿después? ¿Qué pasa después? Intento escribir algún cuento que me explique si el final es el inicio. Porque la vida, ahora me pongo intenso, no empieza cuando naces, sino cuando te sientes vivo. Cuando sucede algo que dice, “¡ahora!”

Saltaré las olas necesarias. Me pilla en el mar.