Acabo de leer Patria, de Fernando Aramburu. Se han escrito tantos y tan justos elogios sobre esta novela que es difícil añadir mucho más, pero no puedo resistirme a dedicar unas líneas a un texto que sólo se me ocurre definir como necesario.

Si España fuese un país un poco más valiente, un poco más sensato, un poco más ecuánime con su propia historia, Patria se convertiría en material para combatir el olvido y sería prescrito como medicina para la amnesia. De hecho, si no nos faltase coraje, Patria se designaría lectura obligatoria para los estudiantes de bachillerato. Porque, aunque da vergüenza decirlo en voz alta, con ETA se han hecho tan mal las cosas -o tan bien para algunos- que los jóvenes de diecisiete, de veinte años, tienen ya una idea muy difusa de todo el dolor que causó el terrorismo.

Me he encontrado con adolescentes a los que tuve que explicar que cuando yo tenía su edad comíamos con muertos en cada informativo, y que nos tragábamos la sopa tibia con la noticia de un asesinato, de un secuestro o, si había suerte, con la simple novedad de un autobús ardiendo bajo el efecto de cócteles molotov arrojados por los cachorros de ETA.

Sí, los herederos de los terroristas han hecho las cosas con mucha inteligencia corriendo un velo sobre tanta maldad, sobre tanto dolor, sobre tanto miedo. Ya hay una generación para la que ETA queda extrañamente lejos. Una generación que tiene sólo una vaga idea de sus crímenes y una mínima noción del destrozo que hicieron en familias enteras. A estas familias les exigen algunos un peaje de silencio para no entorpecer no se sabe qué versión del futuro.

Las víctimas son incómodas porque su existencia nos recuerda lo que pasó hace muy poco tiempo, aunque a juzgar por algunas declaraciones cualquiera diría que lo del hacha y la serpiente es cosa del paleolítico superior, del parque jurásico, recuerdos de Atapuerca. Parece que la paz en Euskadi -la paz, a secas- pasa porque tantos y tantos golpeados por la saña etarra traguen sapos durante el resto de sus días.

Este país, que tan ejemplarmente fue capaz de aprobar una ley de memoria histórica, exige sin embargo a las víctimas de ETA que se coman la suya. Y entonces Aramburu escribe Patria y uno se da cuenta de que es posible recuperar la dignidad a través de una novela redonda, tozuda, durísima. Una novela que habría que obligar a leer a todos aquellos que están dispuestos a caer en la cómoda tentación del olvido.