El guante de boxeo no se inventó para proteger la cara del contrario, sino para dar ventaja al capitalismo. Porque cuando los marineros del Támesis se protegían los nudillos, duraban otro combate y se podía seguir apostando. De esta manera, el boxeo empezaba a ser dominado por la dinámica de las apuestas y de sus corredores. La adrenalina del deporte se hacía espíritu coagulado, pongamos mercancía en acción, dispuesta para golpear con fuerza los bolsillos.

El inventor del artilugio fue el quinto marqués de Queensberry, aficionado de igual manera al boxeo que al dinero y a las enfermedades venéreas. Uno de sus hijos se dejó amar por Oscar Wilde, autor con vicios teatrales. Luego, los azares históricos quisieron que Wilde tuviera un sobrino boxeador, de los que rellenan sus guantes con los rizos del pubis de las mujeres que se dejan. Un poeta que se haría llamar Arthur Cravan.

Pero no vine aquí para hablar de los lazos de familia del inventor del guante de boxeo, sino del boxeo y de su relación con Donald Trump mediante George Foreman; el boxeador negro que ha hecho campaña por un presidente blanco cuya incorrección política está al servicio de la corrección política.

No sé si me explico pero el capitalismo, representado por el presidente del Imperio, nos había golpeado con guantes, ya fueran blancos, negros, pajilleros o de actores baleados. Con la llegada de Trump, el capitalismo revela su crisis, desde el momento en que retrocede para tomar impulso y nos golpea sin guantes; con el puño desnudo. Aunque se haga pupa, no le queda otra salida.

Es tiempo de paradojas y de discursos contrarios a toda lógica. Por eso Foreman no sólo vota a Trump, sino que se jacta de ello. Pero claro, siempre nos queda el consuelo de pensar que George Foreman está algo sonado. Tal vez, uno de los orígenes de su deterioro cognitivo fuese aquel combate del siglo The Rumble in the Jungle, celebrado en octubre de 1974, en Zaire, donde se enfrentó a Muhammad Ali. Un espectáculo que fue precursor de la globalización mediática del deporte y donde el público asistente animaba con su grito de guerra: ¡Ali, bumaye!

El mismo grito que ahora escribo para contestar a un boxeador noqueado pero que llena andorga todos los días y no porque Foreman piense que la comida sea un derecho, sino porque ha peleado por conseguirla. Con su voto, Foreman refuerza la ley del más fuerte; la ley de la jungla.