Susana Díaz, orgullosa descendiente de una "casta de fontaneros" pero heredera política de los ingenieros de los ERE, ha prometido "coser" un PSOE hecho retales. Basta contemplar el paño para darse cuenta de que lo que necesita el socialismo, antes que labores de alta costura, es un remiendo a la totalidad que lo concilie con sus afirmaciones y posicionamientos.

Susana Díaz, que espera que le aclamen el bordado sin haber dado más puntada que resistir en Andalucía, ha adoptado maneras de matrona romana tras el ataque de los catilinarios de la vieja guardia. Sin embargo, sería ingenuo pensar que del Comité Federal de este sábado pueda salir algo distinto de un auto de fé o un cisma.

El partido está hecho harapos desde que Felipe le infligió en los medios el sorpasso que no pudo Iglesias en las urnas, pero anda Susana con metáforas de punto de cruz y alegatos patrióticos muy celebrados. Sostiene o sostuvo Susana que "primero España y luego el partido", lo que supone responder a una disyuntiva que el PP le agradece y la prensa secunda porque el país parece abocado a construir su gobierno sobre héroes y tumbas.

Al hilo de Susana, y de la novela aludida de Sábato, sería buena cosa que antes de que el PSOE concluya su particular Informe sobre los ciegos -"¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato"?- las distintas sensibilidades socialistas aborden sin tapujos el asunto fundamental de la investidura.

No sería mala cosa que los electores, tan perdidos en la exégesis de sus estatutos como hastiados de elecciones, supiéramos de una vez si de la bronca del puño y la rosa saldrá una abstención a Rajoy, o una persistencia en el "No es no" que ordenaron a Sánchez.

Si aceptamos que este tipo de cosas no deben debatirse porque de lo que se trata es de acabar con el rival, montar una gestora y dejar en manos de un testaferro la rendición de Breda -abstención ante el PP en el Gobierno y ante Podemos en la oposición-, admitiremos que el PSOE es una organización construida sobre mentiras:

La de un secretario general que no ha llegado a ser respetado como tal por los propios; la de una cuerda de aspirantes que no se atrevieron a plantear una moción de censura cuando debieron o pudieron -tras la derrota de diciembre-; la de un Comité Federal que ordenó la cuadratura del círculo -ni PP ni "Gobierno Frankestein", que diría Rubalcaba-; y la de unos dirigentes que no tiene rubor en establecer diferencias entre su propio bien y el de su país mientras se llenan la boca con aquello de que los partidos sólo tienen como instrumentos de transformación social, y no como estructuras.

Puede que de esta riña de gatos salga, al menos, algo bueno, y que la sangría de afectos socialdemócratas decline el debate abierto en Podemos en beneficio de las tesis de Errejón, en lugar de en favor del viaje a la semilla bolivariana que postula Iglesias.

Entre ir a las elecciones ahora o entregarse a Rajoy para votar cuando a él le venga bien, ya lo vemos, se impone un buen zurcido.