Pablo Iglesias pudo haber permitido la investidura de Sánchez, ser el jefe de la oposición y anotarse el tanto de haber jubilado a Rajoy, pero ha votado cegado por el brillo de la ambición. Sin embargo, nada será igual después de la investidura malograda de Sánchez. El dirigente socialista ha vuelto a ganar perdiendo, y esta capacidad de mudar derrotas en oportunidades habrá que entenderla como una propina de la perseverancia. 

Ningún país vota igual en la primera que en la segunda vuelta, así que confiemos en que el 26-J nuestros dirigentes no escapen a sus fantasmas ni salgan indemnes de sus contradicciones. Sobre todo porque si hay algo que no se le puede perdonar a un político es que supedite la coherencia a los confines de su avidez.

El último chamán dijo que con él nacía un nuevo tiempo, una nueva política; pero a la hora de la verdad ha votado con la derecha sin futuro, la marianista, para disgusto de Carmena, del dimisionario Jiménez Villarejo y de ese 56% de votantes de Podemos que hubiera preferido facilitar la única investidura posible. 

Los espectros de la alcaldesa de Madrid, del exfiscal Anticorrupción y de los decepcionados de Metroscopia planearon sobre los escaños de la soberbia mientras Pablo Iglesias hacía bromas sobre su beso con Xavier Domènech y el supuesto flirteo de Andrea Levy con uno de sus diputados. Una frivolidad similar a la de jugar a las invocaciones para sofocar con los Mauser de nuestros abuelos el desencanto que produce su alianza de hecho con Rajoy.

Pero este muchacho no engaña a nadie por mucho tam-tam que traiga. Elegimos políticos para que busquen soluciones. Ellos se ofrecieron, así que los votantes somos sus jefes, no al revés. En el cruce de legitimidades de los últimos meses, entre el acopio de votos, la bolsa de escaños y este cúmulo de bloqueos irresueltos se han caído de la carretilla de la Historia los egoístas, los ambiciosos y los trepas.

A Mariano Rajoy lo han jubilado su falta de arrojo, su querencia absolutista y la cuerda de presos -presentes y futuros- que lo jalean en las fotografías de los años dorados del PP.

Alberto Garzón, que entregó  IU a esta nueva izquierda de tarima y sin principios, ha quedado relegado extramuros de las confluencias, por mucho que sus señorías se hayan avenido a la farsa de sus convocatorias.  

De los chicos de Podemos, vástagos de la burguesía universitaria, hijos de ministros y de los pícaros de las black, ya sabemos que no vinieron al Congreso a hacer política sino a cumplir con el mandato freudiano de matar al padre mientras presumen de una memoria prestada y de experiencias ajenas.

A Pedro Sánchez y a Albert Rivera habrá que agradecerles que hayan reparado el debate político de las intoxicaciones aprehendidas tras las elecciones europeas. También el viaje posible de la polarización electoral a una sana competencia por el centro y el consenso como única orografía practicable después del bipartidismo. Hemos aprendido mucho estos dos meses. Lo que se debe hacer y también lo que no se puede pasar por alto.