Todo indica que Einstein acertó en sus pronósticos. Cuando dos agujeros negros colapsan, se origina tal onda gravitacional que, si te pilla por medio, adiós. Si lo trasladamos al mapa político, veremos que los agujeros negros de corrupción señalados en dos puntos geográficos, Valencia y Madrid, han originado la onda gravitacional que ha llevado al trullo a unos titiriteros.

Da rabia comprobar que se podría haber evitado la encarcelación, si el mismo Ayuntamiento de Madrid que los contrató no hubiese dado la espalda a la ciencia. De poco o nada valen piruetas gramaticales cuando las estructuras rígidas del poder te han vencido y sirven para eludir responsabilidades, criminalizando la expresión artística.

Los caracoleos lingüísticos han revelado la falta de solidaridad de los nuevos representantes del pueblo con la cultura del pueblo mismo. Esto demuestra que la oposición no sería tan fuerte en el Ayuntamiento de Madrid si no tuviese cómplices en el otro lado. Hace más daño el cisma que la herejía.

Sólo cuando las calles abran su espacio para la sátira -una manera de arte que sirve para expresar crítica- sólo entonces, las calles cambiarán de nombre. Mientras ocurran capítulos como el de los titiriteros, cualquiera con vicios artísticos está en libertad condicional aún paseando por la calle Melchor Rodríguez. Después de lo visto, podemos asegurar que estos representantes tampoco nos representan. En vez de defender la conciencia crítica, la han emputecido en nombre del pueblo, comportándose como títeres del capital.

Cuando Einstein llegó a Barcelona, visitó la sede del sindicato anarquista. Su gesto hermanaba ciencia y cosmología disidente. Para ambas materias, el mundo nunca es pregunta, sino contestación. Por tanto, la praxis revolucionaria es científica y arranca en el momento de descubrir de qué preguntas es respuesta el mundo.

Por contra, cuando el mundo se hace pregunta, la búsqueda de respuestas nos lleva a caer en el oscurantismo irracional. Retraso antropológico que determina que los titiriteros sean encarcelados con la complicidad de unos monigotes del Capital a los que se les suelta la tripa cuando las ondas gravitacionales menean la silla.

Ramón Espinar, uno de tantos que se ha ido de vareta, salió en la tele pública diciendo que el contenido del guiñol fue poco “edificante”, como si la cultura, lejos de ser conciencia crítica, fuese lo más parecido a edificar rascacielos.

No vamos a buscar respuestas. A estas alturas sabemos distinguir y Ramón Espinar es semejante a un agente doble que se responde a sí mismo cada vez que suelta la boca.