Irene Montero, ministra de Wikipedia: la reina de las citas feministas sin ninguna idea propia

Irene Montero, ministra de Wikipedia: la reina de las citas feministas sin ninguna idea propia Guillermo Serrano Amat

8-M

Irene Montero, ministra de Wikipedia: la reina de las citas feministas sin ninguna idea propia

La ministra de las Citas golpea con frases de históricas del feminismo mucho más cerca de la necrofilia que del homenaje. Pero seguimos esperando contundencia con cuestiones medulares, como el abolicionismo de la prostitución. 

8 marzo, 2021 01:53

Yo no tengo ministra de Igualdad: no sé ustedes. Hay una mujer por ahí que se hace llamar Irene Montero y a la que hace tiempo bauticé como la ministra de las Citas. Se levanta un martes con el cuerpecillo feminista y se sienta en el sillón a mirar Twitter, para inspirarse, para ver por qué copla se arranca esta vez. Se arremanga y a trabajar: pantallazo de un documental de Federica Montseny, por qué no, para desayunar. Unas líneas sobre Rosalía de Castro. Un guiñito a Clara Campoamor -a la pobre se la pasan de derecha a izquierda como si fuera un porro-. Al tercer café, si la pillas cruzada, se lanza a desenterrar a María Zambrano con los dientes. Sonríe satisfecha, la ministra de las Citas. Ya ha hecho el feminismo.

Irene Montero es Wikiquotes, es la enciclopedia Encarta, es el Rincón del Vago. Su pereza intelectual me desafía cada jornada. “Porque fueron, somos, porque somos, serán”, escribe. “Yo por ellas, madre, y ellas por mí”. ¿Quiénes son ellas, Irene? En tu boca la palabra “mujer” se vacía. No me apelas. No me interesas. No me conmueves. De hecho, me hiere que la presunta ministra de Igualdad -una cartera que, sobra decirlo, defiendo hasta el final- no tenga personalidad política: que desde siempre imite el ritmo y el tono de Iglesias. Que suene a eco de líder, por más que hable en femenino genérico.

Tu vida, Irene, es distinta a la nuestra. Cobras 90.000 euros al año que te pagamos entre todas y aún nos pones morritos de víctima. Te finges cansada, marginal, atónita ante lo que tú entiendes como una conspiración contra ti, como el viento huracanado del patriarcado azotando tus deseos, tus pequeños sueños de agitadora acomodada e incompetente que se siente un icono pop por tener pelo en las axilas, como absolutamente todas las mujeres del planeta. Yo pensé que a estas alturas nos tomábamos el punk más en serio. 

Por eso no necesito que vengas a salvarme de nada. Ahora acaricias niñeras, escoltas y asesoras como si fueran cachorrillos a pie de chimenea -hay algo imparablemente aristócrata en tu presunto gesto humilde-, pero qué ratitos más lúdicos e insurgentes pasaste en la PAH. Qué tiempos locos los de la palestina al cuello y el puño en alto. Debieron ser un recreo para ti, un guateque antisistema. No te puedo tomar en serio cuando hablas de revolución siendo el más recalcitrante establishment. Yo no te creo, hermana. No te creo en absoluto.

La parodia es infinita. Tus intervenciones sólo son capaces de iluminar intelectualmente a chavalas de cuarto de la ESO. Días largos entre el googleo de Concepción Arenal y el aplauso virtual a Betty Friedan o Alfonsina Storni. Consigues algo insólito, y es que todas las historias fascinantes de nuestras pioneras parezcan la misma, una cantinela soporífera y monocorde llena de palabras manoseadas y de lugares comunes.

Es devastador para una ministra no tener ideas propias y estar siempre bebiendo de las fuentes sabias y viejas. Todo el día haciéndole el boca a boca a las mujeres que sí tuvieron cosas que decir y que se partieron la cara por decirlas. Lo tuyo no es memoria histórica, Irene, es necrofilia. Lo tuyo no es cultura, es oportunismo. Lo tuyo no es admiración, es confesión de insuficiencia. Laca y purpurina. Política de frase de carpeta. Un póster roído de las Spice Girls. Un test amoroso de la difunta Súperpop.

Qué gracia me hizo el otro día tu pequeño encontronazo con Elisa Beni. Ella patinó al decir que el feminismo nunca había sido violento -para ponerlo en valor frente a las revueltas callejeras que se desarrollaron a partir de la condena de Hasél- y tú contestaste con el único lenguaje que dominas, el de los 180 caracteres y la foto adjunta. “Emmeline Pankhurst, sufragista”, tecleaste, rauda, adhiriendo una imagen de esa fiera genial siendo enganchada por unos maderos y resistiéndose como un alacrán. ¿Qué quisiste decir, Irene, hermana de nadie, radical profeta de la nada? ¿Qué pasó por tu cabeza, si tú perteneces al Gobierno que gestionó esas cargas policiales?

Tú no quieres mandar, Irene, porque no sabes. Lo tuyo es la oposición, arrecife seguro de los mediocres, de los profesionales de la pataleta, de los bravucones que señalan el error pero no tienen ni idea de cómo enmendarlo. Defendiste la libertad del rapero pero denunciaste al babieca que te dedicó un poema machista. ¿Eres de izquierdas, Irene? Tantos días lo dudo.

Hablas de bajas maternales pero avalas la expulsión de Teresa Rodríguez alegando que “la política no para mientras estamos de permiso”. Nos invitas a echarnos a las calles a cuenta del 8-M por tus santos ovarios mientras a nuestros muertos los siguen cerrando con cremalleras: nos alientas a hacer marchas por la igualdad en plena pandemia con esa cosa inconsciente, contumaz y borboteante que me resulta tan testosterónica. Ese embestir tuyo desde el absurdo que siempre ha sido tan macho

Dudo siquiera que te hayas planteado la posibilidad de celebrar este día buscando otros cauces para hacer ruido que no pasen por la manifestación -aunque estaremos de acuerdo en que su veto supone un peligrosísimo agravio comparativo-. No tenemos que expresarnos como los otros -no tenemos que imitar lo que harían ellos, aunque tu oficio vaya tanto de eso-, sino crear un relato propio. ¿No nos queríamos vivas, Irene? No se te nota. Sola y borracha quiero llegar a casa, como tú cantas, pero también me apetecería que las mujeres de este país volviéramos al piso esta noche sin incubar décimas de fiebre, tos seca y quién sabe si una excursión a los tubitos saturados de la UCI. El feminismo, a pesar de ti, sigue siendo sentido común.

Es descacharrante, Irene, que hayas convertido la criticable Ley Trans en tu medida estrella sin escuchar siquiera a las asociaciones feministas de este país, ni a tus órganos del partido, ni a tus propias bases, que ya se te andan revolviendo: qué ejercicio de soberbia y de "autoritarismo", como ellas mismas denuncian.

Cómo has criminalizado y señalado a las que han cuestionado la autodeterminación de género, acusándolas de TERFs y de ser de ultraderecha -ambos especímenes existen, pero no identifican al movimiento feminista-: vergüenza debería darte. El feminismo está con todos, todos los derechos humanos, y siempre ha dado un paso adelante para proteger y acompañar las demandas sociales de los colectivos maltratados. Estamos pidiendo debate. Y seguridad jurídica. Para qué coño queremos una ministra de Igualdad que no escucha a las mujeres. 

Vale que la ley no sea siquiera novedosa -cómo iba a serlo viniendo de ti-, pero ya ha conseguido escindir tristemente el movimiento mientras das pábulo a tus amigas regulacionistas de la prostitución y tú pasas de puntillas por el tema. Impensable que una ministra feminista no esté luchando durante su mandato por abolir con urgencia el centro caliente del patriarcado. “Es complicado”, dices. Ah, esto sí. En esto no quieres broncas. Si se trata de empezar a destruir la más desgarradora forma de violencia sexual contra las mujeres y a ofrecerles a las prostituidas un trabajo, un hogar y un acompañamiento psicológico para ayudarlas a salir del trauma, mejor reculamos. Necesitábamos valentía en esto. Siempre la hemos necesitado.

No pasa nada: citarás a Gloria Steinem, a Margaret Atwood, a Beauvoir, a Woolf, a Audre Lorde, a Judith Butler y te curarás en salud. Hoy la prostitución -punta de lanza de las violaciones, la hipsersexualización y la enorme misoginia histórica- seguirá siendo idiosincrasia patria, cerca de los toros y de la gitanica sobre la televisión. Hoy seguirás con la cabeza metida entre el fárrago de citas y de fotos con las que nos venderás la burra mientras, en lo esencial, no ha cambiado nada. Sólo algo: tú eres un poco más rica, nosotras estamos un poco más desasistidas. Mañana será otro día y volveremos a pedir tu dimisión. 

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