Estamos caminando por un campo de minas. Y la mayor parte de la población no lo sabe. ¡Mejor! En primer lugar, porque no hay que asustar con las metáforas, y en segundo, porque, además de tratarse de un campo de minas figurado (no como el de Ucrania) la dificultad de entender en qué pueden consistir las explosiones terminaría por provocar que se agotaran las aspirinas en las farmacias, de los dolores de cabeza que podría desencadenar.

Estamos topándonos con un campo de minas casi una vez por mes, o, incluso, por semana. Campo de minas financiero, se entiende. El último y más agudo ha sido el que ha llevado a diversos fondos de pensiones británicos al borde de la quiebra. Y, en Reino Unido, como, tras habituarse a Boris Johnson, han perdido la vergüenza, ya se echan las culpas unos a otros por haberlo provocado: el Banco de Inglaterra cree que la culpa ha sido del mini-presupuesto “gastón” de la nueva primer ministro, Lizz Truss y de su “canciller” de Hacienda, Kwarteng, mientras éste le reprocha al Banco de Inglaterra el haberlo provocado: “Donde no hay harina, todo es mohína”.

En la confusión, Liz Truss, tal y como le recomendábamos hace dos semanas que hiciese, ha destituido a Kwarteng. Puede que lo haya hecho demasiado tarde: un periódico británico ya compara su duración en el cargo con el de una lechuga, y publica la foto de la mandataria y de la lechuga juntas, para ver quien dura más…

Las ganas con las que salieron Lizz Truss y Kwarteng a gobernar recuerdan el ímpetu con el que debutó el futbolista Poli Rincón con la selección española: se incorporó al campo con tal impulso que perdió una de sus botas. No quedaba mucho para que terminara el partido, pero Rincón le había prometido a la Virgen que marcaría un gol. Lo consiguió en el último minuto de juego.

Liz Truss no ha tenido tanta suerte ni tan alta protección. En su carrerilla insensata, ha perdido el zapato que era su ministro o Canciller del Exchequer (Hacienda) pero el gol lo ha metido en propia meta, y ha sido de dimensiones colosales: la rentabilidad de la deuda pública de Reino Unido a 10 años pasó en seis sesiones de 3,15% a 4,50%, lo que puso a la libra esterlina en trance de convulsiones y provocó el pánico entre los fondos de pensiones británicos.

El esperpento en que se ha convertido la política británica acumula, desde junio, un ministro de hacienda cesado al mes.

El esperpento en que se ha convertido la política británica acumula, desde junio, un ministro de hacienda cesado al mes. Cuatro en total. Por ahora. Como cuatro son los primeros ministros que se han sucedido desde el Brexit.

No se trata de esos fondos de pensiones individuales, comparables a los que habitualmente se contratan en España, y cuyas ventajas fiscales ha ido dejando Pedro Sánchez en los huesos pelados, sino otros conocidos por el nombre un poco abstruso de “planes de pensiones de prestación definida”. La diferencia es que, en los primeros, el jubilado retira lo que la gestora del fondo haya podido mantener y conseguir invirtiendo el dinero que él aportó, mientras que en los segundos el beneficiario obtiene un capital o una renta que están predeterminados.

Y aquí es donde se produce el desastre. Un desastre desencadenado hace tres semanas y que aún está por resolverse. Aunque el Gobernador del Banco de Inglaterra, como el que manda detenerse a los astros, haya “decretado”, (no se sabe si en un delirio o en un intento de quemar sus naves y las de los fondos de pensiones) que para el viernes pasado tenía que estar resuelto.

El problema surge de lo que surgen siempre o casi siempre los problemas financieros; es decir, de algo que los anglosajones llaman, si lo traducimos al español tal cual, “apalancamiento”. Mientas que en castellano la metáfora está desterrada al territorio de la poesía, en inglés lo metafórico inunda el lenguaje cotidiano y, en especial, el de la economía y la política. Donde no hay ciencia, pero sí necesidad de embaucar a las masas, que, al menos, no falten las metáforas…

La palabra “apalancamiento” transmite, y significa, lo que su nombre indica: utilizar, como Arquímedes, un punto de apoyo y una palanca para mover el mundo. En este caso, la palanca es el endeudamiento, bien sea para comprar una vivienda con la palanca de la hipoteca, bien para montar un negocio con algo más que el capital que aportan los socios. La deuda mueve el mundo. Y, también, de vez en cuando lo destruye. La deuda es, pues, un Jano bifronte del que no podemos escapar. Y, menos mal: sin el instrumento de la deuda estaríamos poco más que en la Edad de Piedra.

La operativa que ha causado los problemas a los fondos de pensiones británicos que ofrecen la posibilidad de obtener una “prestación definida” a la jubilación no es fácil de entender ni de explicar, pero vamos a intentarlo. A este tipo de gestión de los fondos de pensiones se le ha llamado LDI (liabilities driven investment) o, en español, “inversión motivada por las obligaciones”: un acrónimo que pasará a la historia universal de la infamia financiera como tantos otros, y que será pronto olvidado para reaparecer con otras siglas.

La deuda es, pues, un Jano bifronte del que no podemos escapar 

A raíz de los 14 años de tipos de interés cero por los que hemos pasado, ese tipo de fondos de pensiones se encontraron con el problema de que les resultaba imposible cumplir con las obligaciones contraídas con los clientes, ya que no había manera de rentabilizar de forma adecuada las aportaciones (o primas) que éstos habían realizado.

Surgió entonces la “innovación financiera”, que suele ser la madre de todas las grandes crisis. ¿Y en qué consistía esa innovación? En algo que es tan viejo como el mundo, en apalancarse (o endeudarse) para conseguir por cantidad lo que no se podía conseguir por precio. El apalancamiento de los fondos de pensiones británicos llagó a ser de cuatro veces.

El aumento del riesgo que eso suponía vino por una doble vía: pignorar los bonos del Tesoro británico con vencimientos largos de 20 y 30 años (que suelen ser los que tienen en sus carteras los fondos de pensiones y las compañías de seguros) y, con los fondos obtenidos, invertir en Bolsa (sobre todo en empresas de crecimiento rápido) y, también, entrar en operaciones de permuta financiera (“swaps” en inglés) con otras entidades. Para ello recibían el asesoramiento y la gestión de nombres conocidos, como la gestora de fondos de inversión Blackrock.

¿En qué consistían las operaciones de permuta financiera? Esencialmente en un acuerdo por el que el fondo de pensiones británico cobraría unas cantidades (determinadas por contrato) de otra entidad financiera cuando los tipos de interés bajaran, y se las pagaría, en cambio, cuando los tipos de interés subieran.

Como la reacción de los mercados al “mini-presupuesto” de Liz Truss y Kwartengo hizo subir los tipos de interés de la deuda pública británica de la manera vista más arriba, a los fondos de pensiones les tocó hacer enormes pagos o aportar garantías de que los harían. Todo tan rápido y desproporcionado que apenas tuvieron tiempo de reacción y tampoco dinero para a ver frente a los pagos, por lo que tuvieron que vender deuda pública de su cartera para obtener liquidez, algo con lo que estaban acelerando la subida de las rentabilidades de la deuda y, por tanto, agravando el problema. Cuando quisieron darse cuenta, al valorar sus activos a precios de mercado, estaban cerca de la quiebra.

Es decir, las innovaciones financieras que nos sacaron de la crisis de 2008 (tipos de interés cero o negativos y enormes inyecciones de liquidez) provocaron la búsqueda de rentabilidad a toda costa, lo que llevó al apalancamiento, algo que, si todo va bien, es maravilloso, pero que si la situación financiera se complica por la razón que sea (en este caso, por el cambio de ciclo de los tipos de interés) te lleva a la ruina, porque lo mismo que multiplicó hasta ayer los beneficios multiplica hoy las pérdidas.

Lo irónico es que, mientras esto sucedía, le concedieran un tercio del llamado (porque no lo es en puridad) “premio Nobel” de Economía a Ben Bernanke, antiguo presidente de la Reserva Federal. Muy merecido por haber tenido bien estudiados lo errores de la Gran Depresión, por lo que en 2008 era la persona adecuada en el puesto adecuado, pero que cometió el error que también cometieron Mario Draghi, primero, y Jerome Powell, después: seguir aplicando las medidas de emergencia cuando la normalidad se había restablecido, sentando con ello las bases de la crisis actual.

O dicho de otra manera más comprensiva: no solo por haber prolongado esas medidas acertadas de emergencia mucho más allá de lo sensato, sino por otro tipo de decisiones supuestamente, y seguramente, sabias, extraídas de la Gran Crisis Financiera también (como, por ejemplo, centralizar en plataformas la compensación y liquidación de los derivados financieros o impedir que los bancos hicieran con la deuda pública algunas funciones que hacían antes de 2008) lo que consiguieron es plantar la semilla de otros desequilibrios que, cuando el ciclo de tipos de interés a la baja se terminara, provocarían las turbulencias que se han vivido en los mercados de bonos de todo el mundo en estas tres últimas semanas.

Los mercados financieros están, por tanto, evidenciando una vez más lo que todo el mundo sabe y que Hegel supo plasmar en su aforismo más conocido: “Todo lo que existe lleva en sí la semilla de su destrucción”.