Al margen del exuberante capítulo de asesores, consultores, supervisores, secretarios… que los dirigentes políticos arrastran cada vez que se colocan al frente de cualquier Administración, se ensaya en Castilla-La Mancha un novedoso modelo de acomodo profesional para nuestros mandatarios. El patrón, desconocido hasta ahora por las grandes empresas de gestión de talento y consultoría de este país, consiste en disponer el rumbo de un determinado político y no por deseo del interesado, o incluso el de su propio partido, sino por el de enfrente. Un claro ejemplo de esta insólita oficina de colocación lo podemos verificar estos días protagonizado por las dos grandes formaciones políticas de esta tierra.

El PSOE regional acaba de colocar al líder del PP en Castilla-La Mancha, Paco Núñez, en Estrasburgo como integrante de las listas de su partido en las elecciones al Parlamento Europeo el próximo mes de junio. Una opción que el presidente de los populares ha descartado de inmediato pues, al parecer, su intención es presidir esta tierra a partir de la próxima Legislatura. No se han mostrado menos generosas las huestes de Núñez, respondiendo así a tan desprendida propuesta laboral a su líder por parte de los socialistas. En este caso, con un empleo al presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, en Madrid, "para hacerse un hueco" en busca de la sucesión de Pedro Sánchez. De paso, criticarle por no haber asistido a las procesiones de Semana Santa en la región y exhibirse mientras recogido en un balcón sevillano, desde el que tan solo se le echó en falta un arranque por saetas ante el paso de la comitiva.  

La oratoria es arte muy confuso, que cuando se inflama recibe el nombre de verborrea, una enfermedad difícil de combatir y que en Castilla-La Mancha se prodiga en exceso. Nos mantienen entretenidos nuestros políticos representando sistemáticamente un vodevil que merece otros proscenios más mundanos. Mientras, una segadora de desapego y de cansancio recorre por la región entre todas las edades y géneros, ante la hilaridad que nos producen determinadas declaraciones o actuaciones de nuestros mandatarios. Un claro ejemplo de que la política no siempre causa estragos, desánimo, aburrimiento o ira entre la población. Incluso, a veces, también entretiene a la concurrencia.