Image: Juan Manuel de Prada, mirlo blanco, cisne negro, águila real

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Primera palabra

Juan Manuel de Prada, mirlo blanco, cisne negro, águila real

3 noviembre, 2016 23:00

Ha escrito la novela de su vida. En plena madurez creadora, Juan Manuel de Prada ofrece al lector, tras desgarrarse a sí mismo sin piedad, el que hasta ahora es su mejor libro. Seguí al escritor desde que empezó. Aposté siempre por él, a pesar de ciertas cobardías literarias y algún cicatero egoísmo. Desde que leí El silencio del patinador supe que no me equivocaba: escritor habemus, anuncié entonces e incorporé al novelista al diario en el que ahora escribe columnas de primera calidad. Mirlo blanco, cisne negro es una novela escrita por el águila real. Juan Manuel de Prada cuenta su experiencia literaria desde que llegó a Madrid zarandeado por el atolondramiento propio del provinciano. Lo desbroza todo en un relato impecable, flanqueado por un personaje genial y atrabiliario, Octavio Saldaña, el cual, por cierto, se come crudo al novelista y a su obra. Juan Manuel de Prada lleva ya algunos años en el pelotón de cabeza de la novela española. Mirlo blanco, cisne negro contribuye a destacarle entre los mejores. El novelista ha superado sus errores anteriores y ha metido sus manos avaras en los tejidos más profundos del idioma.

Coracha, analepsis, sinestesia, asperjar, hipocorístico, lumia o buchaca son palabras poco usadas que Prada incorpora a su escritura de forma precisa. Y también, todas ellas en el Diccionario de la RAE, nictálope, ménade, calandria, glabral, petisa, pimpolludo, bizmado, emberrinchar, borborigmos, andorga, boquimuelle, desgualdrajar, morugo, escurribanda, mastaba, remejer, valvas… Y además algunos neologismos certeros: zurrapilla, acangrejar, jari, nocillero o gafepasta.

La adjetivación de Prada en Mirlo blanco, cisne negro es certera, la metáfora erizante. Le roba a Gerardo Diego las “manos ojivales” hechas para dar de comer a las estrellas. Y a mí, según dice algún periodista burlón, “palabra ofidia” que además extiende a cuerpo ofidio. Habla de la “greña jacobina”, de la “estampa de zigurat arrepentido”, de los políticos “sabandijas del erario público”, del “idioma estuprado”, mientras “enlentece el abaniqueo” y la “palabra magullada”. No le gustan “esas mujeres que van por el mundo como si fueran el diccionario Espasa con tetas”, cuando “sabemos que una vez metidas en la cama todas ofrecen la misma mercancía”.

Profundiza Prada en el ser literario, con alguna afirmación machista que no comparto. “Aceptamos el contrato basura no por codicia sino por miedo a que nos embarguen, por miedo al desahucio y al hambre…”. “Los denuestos son formas amargas del elogio”. Está harto de “los escritores correctos que saben redactar muy bien y luego resultan de una insipidez intolerable”. “Los editores son todos una panda de mastuerzos y mastuerzas cuyo concepto de la alta literatura oscila entre Paulo Coelho y Dan Brown”. Prada no quiere seguir “escribiendo las mismas cosas para quedarse amojamado e incorrupto como el brazo de Santa Teresa”; le horroriza permanecer “anclado en una juventud cadavérica como esos patéticos escritores nocilleros que se van quedando calvos y, para seguir dándoselas de peludos, se dejan unas patillas que parecen el coño de la mujer barbuda”. Y añade: “Con buenos sentimientos solo se hace mala literatura”; “la trama en una novela es una idolatría burguesa que nada tiene que ver con la literatura”; “escribir un libro es como cortejar a una mujer. Si andas con muchos miramientos se te resistirá… si la tratas con desdén se dejará escribir de corrido”; “una novela no es una colección de piezas que se pueden sustituir o intercambiar sino un organismo vivo”; “lo que gusta a las masas cretinizadas es una novela vulgar”; “a la escritura hay que dejarla suelta para que retoce con libertad”; “el gusto plebeyo es sordo a la genialidad”; “La literatura es saturnal y devora a sus mejores hijos”; “los críticos quisieron ser escritores en su juventud y, como no lo lograron, se dedican a vejar con su bilis a los que tienen talento”; “el escritor burgués siente fascinación por el maldito porque descubre en él el valor que le falta, el vértigo y la llama”.

Tras esta novela parece claro que a Prada no le perseguirá el escritor que no tuvo el valor de ser. Nadie tirará Mirlo blanco, cisne negro al fondo de la piscina umbraliana, cementerio de agua para los libros fiambre.