Estatua dorada del dictador Kim Il-sung en Pyongyang, Corea del Norte

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El culto a la personalidad: la clave de todas las dictaduras longevas

Lo esencial no es conquistar el poder sino mantenerse en él, según el historiador holandés Frank Dikötter en su ensayo 'Dictadores'.

5 noviembre, 2023 01:06

¿Qué tienen en común Mussolini, Mao, Ceaucescu o Mengistu? La respuesta obvia es que todos fueron dictadores pero, trascendiendo lo evidente, un análisis más incisivo detecta que el dictador se hace (se construye) en función de unas circunstancias complejas que sabe instrumentalizar a su favor. El matiz pone de relieve que no basta la habilidad para acceder al poder, ni su ejercicio como dominación absoluta, según demuestra la existencia de innumerables tiranos efímeros que no tendrían cabida en un estudio sobre dictadores.

Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX

Frank Dikötter
Traducción de Joan Josep Mussarra.
Acantilado, 2023
382 páginas. 24 €

Porque lo que en verdad caracteriza a estos y les presta el común basamento que indagamos es el uso de un resorte que nos aboca a las coordenadas de la política de masas del mundo contemporáneo: el culto a la personalidad, nuestra moderna variante de la ancestral propensión a divinizar al poderoso, convertido ahora en guía providencial (Führer, Duce, Caudillo, Conducator).

Lo esencial, en suma, no es tanto conquistar el poder como mantenerse en él haciéndose pasar por imprescindible salvador del país o encarnación del espíritu nacional. La consecuencia es que los más hábiles se distinguen por detentar el man-do un amplio período temporal.

No puede extrañar por ello que tras el título de Dictadores (en el original, How to Be a Dictator), el volumen lleve el esclarecedor subtítulo de El culto a la personalidad en el siglo XX. Porque esta devoción, lejos de ser “un fenómeno repugnante pero marginal”, constituye la clave explicativa de las dictaduras longevas (y por tanto exitosas). En palabras del autor, el historiador holandés Frank Dikötter (Stein, 1961), su ensayo persigue situar “el culto a la personalidad en el lugar que le corresponde”: el “corazón de la tiranía” (p. 20).

Ello no implica que Dikötter ignore o minusvalore el papel que juega el uso del terror por parte de los regímenes dictatoriales de forma tan sistemática como atrozmente racionalizada, desde asesinatos selectivos a purgas, cuando no espantosos genocidios. En estas páginas la crueldad constituye una constante opresiva, por más que esté expuesta con cierta contención que quizá no transmita en toda su magnitud el drama terrible del siglo XX. Pero el autor enfatiza que la violencia, siendo condición necesaria, no explica la perdurabilidad de algunas dictaduras y el aura de líderes cuasi sagrados.

Pues si bien toda política es teatro, la dictadura eleva la representación al nivel de mentira persistente superpuesta a la realidad: no se trata de convencer sino de lograr obediencia incondicional, siendo para ello indispensable el disimulo y la abyección. Es el precio que han de pagar millones de súbditos para salvar la vida. Llegados a este punto, debe resaltarse la responsabilidad política y ética de personalidades independientes, sobre todo intelectuales, que callaron los horrores y loaron las mentiras. El culto a la personalidad de autócratas sanguinarios se potenció gracias al concurso de escritores que. por vanidad, dogmatismo o ingenuidad, hicieron el juego a los dictadores, presentando su cara amable, exonerándoles de todo mal o mitificándoles.

Dikötter ha optado con buen criterio por contar todo esto empleando los recursos de la historia narrativa. Divide su ensayo en ocho capítulos y dedica cada uno de ellos a una figura dictatorial. El lector español podrá comprobar que el interés del libro aumenta según avanza su lectura pues, si bien todos los cuadros descriptivos son impecables, los primeros, dedicados a Mussolini, Hitler, Stalin y Mao no ofrecen tantos alicientes como los dedicados a autócratas menos conocidos por estos lares, como Kim Il-sung, Duvalier, Ceaucescu y Mengistu. Pese a sus diferencias, todos coincidieron en presentarse como deidades que inspiraban devoción y miedo.