Napoleón III y Bismarck tras la batalla de Sedán, el 1 de septiembre de 1870. Ilustración de Wilhelm Camphausen (1878). Aquella batalla cambió Europa. El ejército francés fue masacrado; Napoleón III, hecho prisionero y Guillermo I, proclamado Káiser del imperio alemán.

Napoleón III y Bismarck tras la batalla de Sedán, el 1 de septiembre de 1870. Ilustración de Wilhelm Camphausen (1878). Aquella batalla cambió Europa. El ejército francés fue masacrado; Napoleón III, hecho prisionero y Guillermo I, proclamado Káiser del imperio alemán.

Historia

Otto von Bismarck, el belicista 'Canciller de Hierro' que creó el II Reich

Hace 125 años, el 30 de julio de 1898, murió el político pragmático y autoritario que convirtió Prusia en una gran potencia y marcó la política europea hasta la Primera Guerra Mundial.

30 julio, 2023 01:55

Bismarck convirtió Prusia en una gran potencia, y determinó las relaciones entre los estados europeos hasta la Primera Guerra Mundial. Un siglo y cuarto después de su muerte, su figura y su trayectoria política siguen atrayendo y continúan necesitadas de reflexión y esclarecimiento.

Otto von Bismarck provenía de la nobleza media terrateniente, por parte de su padre, y de la burguesía funcionarial, por la familia de su madre, por lo cual concentraba todas las esencias y las contradicciones de Prusia. En 1847 comenzó su carrera política en el parlamento prusiano, desde los asientos conservadores, y por ello se mostró contrario a la gran ola revolucionaria de 1848.

Pasó luego como delegado en la Dieta de Francfort, órgano colegiado que propiciaba la unificación de Alemania, y también tuvo responsabilidades diplomáticas en San Petersburgo y París. Su gran salto se produjo en 1862, cuando Guillermo I le nombró presidente de Prusia. Con la experiencia acumulada y la confianza del monarca, Bismarck se lanzó al doble objetivo de lograr el predominio prusiano sobre el mosaico germano y reducir al máximo el papel de Austria. Para lograrlo, se sirvió de la guerra. Primero fue la lucha contra Dinamarca por los ducados de Schleswig y Holstein en 1864, en la que actuó aliado con Austria.

El II Reich es la obra que más se parece a su creador, el canciller Bismarck

Después, la lógica de la lucha por el liderazgo germánico le llevó inevitablemente al conflicto con Austria; en 1866, la victoria de Sadowa certificó la preeminencia de Prusia en la futura unificación de Alemania y desenganchó a Austria, que optó por el Imperio dual con Hungría. En 1867, se creó la Confederación Germánica del Norte, de la cual Bismarck fue nombrado canciller, un proyecto de Estado que se alimentaba, al mismo tiempo, del nacionalismo romántico y de las ambiciones de dominio prusianas. Una nueva guerra bien calculada por Bismarck culminó el proceso. Provocó el enfrentamiento con Napoleón III y, tras la victoria sobre los franceses en Sedán (1870), pudo proclamar káiser al rey de Prusia en Versalles (1871).

El II Reich es la obra que más se parece a su creador, el canciller Bismarck. Este imperio, en realidad una federación de Estados alemanes bajo el predominio de Prusia, fue una mezcla de pragmatismo y autoritarismo. Desde el punto de vista simbólico, sustituyó a la dinastía históricamente hegemónica en el mundo germánico, la de los Habsburgo, por los Hohenzollern. En lo constitucional, formuló un modelo de soberanía compartida, representada en el Reichstag y en el Consejo Federal (Bundesrat) que en la práctica otorgaba amplio poder ejecutivo al káiser-rey y a su canciller.

En cuanto a la participación política, aunque se instauró el sufragio universal masculino, se articuló un régimen de partidos y se establecieron las libertades de asociación y expresión, Bismarck reprimió cualquier disenso. Liberalizó la economía, lo cual hizo posible el crecimiento industrial, pero simultáneamente impulsó una legislación proteccionista.

Al principio, el conservador Bismarck se apoyó en la heterogénea familia liberal y se identificó con los intereses de las clases medias nacionalistas y protestantes. Por eso dirigió la denominada Kulturkampf contra los católicos, conjunto de iniciativas legales y propagandísticas que trataban de limitar la injerencia pontificia, eliminar la influencia austriaca y neutralizar la acción del Zentrum, partido político católico. Asimismo, actuó contra el movimiento obrero, organizado desde 1875 en torno al Partido Socialdemócrata, y lo prohibió desde 1878 hasta 1890.

Pero el posibilista Bismarck cambió de signo en los años ochenta. Se distanció de los liberales, cesó de actuar contra los católicos y emprendió una moderna política social. Promovió una serie de mejoras, como la creación de un seguro de accidentes (1881), luego uno de enfermedad e implantó el derecho de jubilación en 1889. He aquí un precedente de lo que luego se ha denominado Estado del Bienestar.

También en la política exterior, Bismarck encarnó la realpolitik. El canciller fue un táctico que decidía sus acciones a corto plazo aunque siempre guiado por dos objetivos: la seguridad del Reich y la neutralización del resto de potencias. Por eso, el denominado sistema bismarckiano tejió una red de alianzas que involucraban en múltiples acuerdos a todos los Estados y cuya función consistía en evitar una guerra general; si se producía un conflicto, este debería quedar aislado.

También logró que Alemania consiguiese un imperio ultramarino y actuó como anfitrión de conferencias internacionales para solucionar las sucesivas crisis internacionales. Bismarck se convirtió en el centro de la política internacional, siempre atento a la rivalidad con Francia, el problema de los Balcanes y la tensión ruso-austriaca, los tres grandes ejes del periodo.

Así imprimió su estilo a toda una época, que se ha denominado la de la Paz Armada y que desembocó, en 1914, en la Gran Guerra. Su fallecimiento, años después de que lo cesase Guillermo II, implicó un escándalo periodístico, pues se difundió una foto de Bismarck recién muerto, en la cama, obtenida clandestinamente.

España, el país más fuerte del mundo

“España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido”. Estas palabras se atribuyen a Bismarck. Sin embargo, no hay una sola evidencia que acredite que fueran pronunciadas por él. Un comentario parecido se lee en Remarks on the North of Spain, publicado por John Bramsen en 1823 (p. 52), quien lo adjudica al rey Federico II de Prusia en conversación con un ministro. Pero tampoco hay documento que certifique su veracidad. Sea quien sea su autor, la frase goza de un creciente éxito.