Los protagonistas de la serie 'Doctor en Alaska', dirigida por Joshua Brand y John Falsey

Los protagonistas de la serie 'Doctor en Alaska', dirigida por Joshua Brand y John Falsey

Entreclásicos

Regreso a Cicely: utopía en Alaska

La serie 'Doctor en Alaska' conservará su poder de seducción durante mucho tiempo. Su compromiso con las buenas causas explica que conecte tan bien con los jóvenes

21 marzo, 2023 02:06

Doctor en Alaska (Northern Exposure, 1990-1995) ha vuelto a las pantallas gracias a Filmin, un plataforma audiovisual española. Se temía que su reposición decepcionara a los que habían disfrutado de la serie en los noventa y solo suscitara tedio o indiferencia entre los espectadores más jóvenes, pero no ha sido así. Por el contrario, ha sido recibida con entusiasmo y las nuevas generaciones han detectado un toque hípster en personajes como Joel Fleischman (Rob Morrow), Chris Stevens (John Corbett) o Ed Chigliak (Darren E. Borrows).

Yo, que he visto la serie completa media docena de veces gracias a su caótico paso por la televisión española y a una edición en DVD, he experimentando una enorme alegría al comprobar que mi pasión por Cicely no es un simple gesto de nostalgia, sino el fruto de un excelente trabajo de equipo. Los magníficos guiones de los 110 episodios son la clave de ese éxito que desafía al tiempo, despertando el fervor de los que nacieron después de los noventa y no pudieron disfrutar de la serie durante su estreno.

El inexistente Cicely, el pueblo situado más al norte de Alaska, la última frontera, con sus ochocientos habitantes, su emisora local, sus nativos impasibles y su mítico bar, el Brick, componen una hermosa utopía que alimenta la pasión por la vida y el ser humano. No se puede ser pesimista tras conocer ese pequeño orbe donde no hay violencia, las disputas se resuelven con una charla amistosa y la soledad no asfixia a los más vulnerables.

Mi pasión por Cicely no es un simple gesto de nostalgia, sino el fruto de un excelente trabajo de equipo

Cicely escenifica una de las pulsiones básicas del ser humano: vivir en una comunidad donde el otro no es un extraño, sino alguien cercano, cordial y siempre dispuesto a ayudar. El mayor fracaso de nuestra especie es no haber logrado una convivencia pacífica y armónica. En Cicely, ese fracaso se supera. Eso no significa que no haya conflictos, pero la sangre nunca llega al río. El villano de la serie, Maurice Minnifield (Barry Corbin), un viejo astronauta y el terrateniente local, es racista, homófobo, avaricioso, egocéntrico y machista, pero sus defectos producen más sorna que indignación.

Sus proyectos para convertir Cicely en una ciudad próspera con grandes negocios fracasan una y otra vez. Ni siquiera es capaz de conservar a la chica, Shelly Tambo (Cynthia Geary), una jovencísima "Miss Paso del Noroeste" que le deja por Holling Vincoeur (John Cullum), propietario del Brick. Shelly, con diecinueve años, se enamora de un hombre de sesenta, algo que hoy día provocaría estupor y rechazo.

El mayor fracaso de nuestra especie es no haber logrado una convivencia pacífica y armónica

Afortunadamente, Doctor en Alaska no sufrió la plaga de la corrección política, ese nuevo macartismo que atenta contra la libertad creativa y el sentido común. A pesar de ser una serie progresista o quizás por eso, se ríe de los convencionalismos y los prejuicios. Holling le dice a Shelly que no la quiere por su mente, sino por su cuerpo y ella, lejos de molestarse, se muestra encantada.

En la serie creada por Joshua Brand y John Falsey, se respira libertad, frescura y descaro. Dos homosexuales abren un hostal y se casan. No son nada amanerados. De hecho, uno de ellos fue marine. Maurice detesta su modo de vida, pero les vende la casa que convertirán en un hotel y se queda horrorizado al descubrir que comparten aficiones como la cocina, las viejas películas musicales y los discos de Barbra Streisand.

La masculinidad siempre es una máscara frágil y falaz. Maurice, tan macho e incapaz de soportar que Walt Whitman amara a los hombres, tal como revela Chris desde K-OSO, la radio local, posee los mismos gustos que esos gais a los que tanto desprecia. Su racismo también se tambalea al descubrir que engendró un hijo durante su participación como marine en la guerra de Corea.

Al principio, no soporta ser el padre de un "amarillo", pero poco a poco el desdén dejará paso al orgullo, pues su hijo es ingeniero, tolera bien la bebida y casi le derrota en un pulso. Maurice es un arrogante y un fatuo, pero incomprensiblemente inspira cierta simpatía. En Cicely, nada es odioso ni repugnante. El mal no ha echado raíces. O quizás solo ha enseñado su faz más grotesca e inofensiva.

'Doctor en Alaska' no sufrió la plaga de la corrección política, ese nuevo macartismo que atenta contra la libertad creativa y el sentido común

La benevolencia de Cicely no implica ingenuidad. La relación de amor-odio entre Maggie O'Connell (Janine Turner), piloto comercial, y el doctor Fleischman explora la batalla entre los sexos, agudizada por la irreversible y necesaria emancipación de la mujer. Maggie es mucho más fuerte que Joel. Independiente, con mucha autoestima y un gran coraje, su forma de ser contrasta poderosamente con el temperamento de Fleischman, un joven neoyorkino maniático, neurótico y pusilánime. A pesar de sus diferencias, serán amigos, amantes y, ocasionalmente, enemigos.

Eso sí, será una enemistad teñida de complicidades e indulgencia, donde la rivalidad siempre se resolverá de forma cómica e incruenta. Las relaciones sentimentales de los jóvenes de hoy en día reproducen esa dinámica. Ya no hay espacio para galanes presuntuosos ni mujeres dóciles. Los noventa ya esbozaban ese cambio de roles que tanto escuece a los varones incapaces de asimilar su postergación en una sociedad más libre y plural.

Doctor en Alaska está ambientada en el mundo rural, pero su espíritu se halla más cerca de la gran ciudad. Ed Chigliak, un joven mestizo, sueña con ser director de cine. Rueda cortos, escribe guiones, se cartea con Steven Spielberg, Woody Allen y Martin Scorsese. En uno de los episodios más logrados, descubre que el mejor tema para un artista es su propio mundo, no los escenarios exóticos o las historias alejadas de su experiencia personal. Ese hallazgo le inspirará un poético cortometraje donde aparecen en blanco y negro las calles y las casas de Cicely, con sus gentes enredadas en sus actividades cotidianas.

De fondo, se escuchan las Variaciones Goldberg en la versión de Glenn Gould. Chris Stevens es un exconvicto autodidacta que utiliza el micrófono de K-OSO para leer poemas de Walt Whitman, frases de Kafka y Nietzsche o largos párrafos de Carl Jung. Aficionado a la mecánica cuántica, reflexiona sobre la democracia, citando a Tocqueville, o sobre los pueblos indígenas, lamentando la violencia de la colonización. Su gusto musical es exquisito. Pincha jazz, sinfonías, cuartetos de cámara y pop-rock. Marilyn Whirlwind (Elaine Miles), nativa y ayudante de Fleischman, escucha su emisora y sube el volumen de sus auriculares al sonar "Hey Joe!", el famoso e incorrecto tema de Jimi Hendrix.

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Marilyn posee la dignidad de sus antepasados y una mente suficientemente abierta para no sucumbir a los dogmas de la ciencia, una nueva religión que ha proscrito las creencias ancestrales de su pueblo. Por eso no se extraña cuando Ed aparece con un espíritu en la consulta de Fleischman o cuando Adam, un enloquecido chef, afirma que los árboles hablan.

La tienda de Ruth Anne Miller (Peg Phillips) completa la fisonomía espiritual de Cicely. Allí se puede comprar de todo y hay una estantería con libros que desempeña las funciones de biblioteca municipal. Aunque ha superado los setenta años, Ruth Anne no conoce el temor a la muerte. Cuando Ed, que trabaja en su establecimiento, le regala una pequeña parcela con vistas al río y las montañas, explicándole que podría ser su tumba, un buen lugar para descansar eternamente, agradece su gesto y lo celebra bailando sobre la tierra que cubrirá su cuerpo.

Lo esencial no es sobrevivir, sino vivir bien y comprometerse con la continuidad de la existencia

Cicely es profundamente vitalista. La muerte no ensombrece el día a día, pues todo el mundo asume que es necesaria para renovar el ciclo de la vida. Mike Monroe (Anthony Edwards), el hipocondríaco que vive en una burbuja y que mantiene un breve idilio con Maggie, acabará superando sus miedos y abandonará su encierro para luchar en defensa del medio ambiente. Lo esencial no es sobrevivir, sino vivir bien y comprometerse con la continuidad de la existencia.

Quizás la mayor virtud de Doctor en Alaska es su optimismo. Mirar la vida con alegría no está de moda. Proliferan los libros, series y películas que ofrecen una visión sombría del mundo y recrean con delectación las perversiones humanas. El pesimismo se considera un actitud clarividente, pero a mí me parece un sarampión juvenil, un rasgo de inmadurez o, si se prefiere, una lamentable forma de necedad. En Cicely no se incurre en exaltaciones pueriles. Simplemente, se celebra la amistad, el amor, la buena comida, la naturaleza, la libertad. Con humor e inteligencia.

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Sus personajes están algo estilizados, pero son creíbles y humanos. En la serie no hay sermones petulantes, pero sí reflexiones muy perspicaces. El funeral organizado para incinerar los restos de un desconocido que muere en la sala de espera de Fleischman constituye una valiosa lección sobre nuestra finitud. No hay que lamentar partir, pues el hecho de haber paseado por la vida ya debería despertar una gratitud infinita.

Rabiosamente moderna, Doctor en Alaska conservará su poder de seducción durante mucho tiempo. Su compromiso con las buenas causas, como el feminismo, el respeto por la naturaleza y la diversidad cultural y sexual, explica que conecte tan bien con los jóvenes. Es arte comprometido, pero sin cargante didactismo. Yo volveré a verla con el pretexto de su remasterización, pero si he de ser sincero, mi regreso a Cicely responde en realidad al deseo de vivir allí, de ser un vecino más y poder escuchar Radio K-OSO desde la barra del Brick, hablar de cine con Ed o sobrevolar Alaska en la avioneta de Maggie. Sé que parece imposible, pero Cicely pertenece al mundo de los sueños y, en ese territorio, nada es irrealizable.

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