I´m not the man I used to be, cantaban en un crescendo de angustia los Fine Young Cannibals a finales de los ochenta, y hay un madridismo que considera que ese debería ser el himno oficioso del Raúl González Blanco actual. Raúl es ahora embajador de la LFP en las Américas y tiene soliviantada a parte de la parroquia blanca. Primero fue un acto con el Barça en Manhattan (abrazo a la barriga calimochera de Stoichkov incluido), luego sus comentarios en la retransmisión del último Clásico y ahora un tuit en el que da cuenta del placer que le producen los goles de Messi en la Liga. Hay que empezar por convenir que cualquier gol de Messi juega, de forma inmediata o medioplacista, en contra del Real Madrid, por lo que tan natural es en un caballero que felicite al argentino como contra natura en un madridista que los goles de la Pulga puedan hacerle disfrutar. 

Por eso a mí, que amo y seguiré amando al Raúl del aguanís hasta el fin de los tiempos, me produce franca perplejidad la efusividad del abrazo con Stoichkov y lo del placer de los goles de Messi. Todos somos conscientes de la naturaleza del cargo que ocupa, pero no nos consta que ni efusividad ni placer formen parte del contrato. Tampoco, probablemente, forma parte del mismo el felicitar a Cristiano por el logro del premio The Best, y ahí no vimos en cambio ningún parabién extracontractual por parte del legendario 7 dirigido a quien cada vez más es el 7 de verdad, y nos tememos que no solo por méritos propios.

Digo que me produce perplejidad pero no me produce ningún enojo, precisamente porque soy bien consciente de que el verso de los Fine Young Cannibals (“no soy el hombre que fui”) con el que encabezaba este artículo rebosa autenticidad. Es una verdad filosófica que nos trasciende a Raúl, a usted y a mí. Raúl ya no es el hombre que fue, como no lo soy yo ni mi hermano. Cada día que pasa somos una nueva persona, de modo que no es sólo que el Raúl de hoy no sea el mismo que mandó callar al Camp Nou, sino que al día siguiente de hacerlo ya no era aquel Raúl. Vista hoy, su foto con el índice desafiante pegado a los labios no significa lo que significó entonces. Como mucho significa: “Silencio, profesional trabajando”. No hablen con el conductor aunque les joda cómo usa el freno, o cómo no lo usa.

Raúl se comporta como se comporta por profesionalidad, este es su nuevo trabajo y lo desempeña con la misma diligencia con la que efectuaba vaselinas en su era dorada. Este es el argumento (no infundado) del madridismo que defiende al actual Raúl, que también lo hay. Yo tengo para mí, sin embargo, que el asunto va más allá de la profesionalidad, o al menos que hay otros elementos en juego. Hay exjugadores del Madrid que se consideran hombres de fútbol más que exjugadores del Madrid. En ellos predomina lo primero por encima de lo segundo. No lo conozco personalmente, pero intuyo que Raúl (como Valdano) es así. Raúl se tiene a sí mismo antes por una gloria del fútbol que por una gloria del Madrid. Está en su derecho, aunque también me choque: es el fútbol quien forma parte del Real Madrid y no al contrario, por lo que escama su reduccionismo. Otros, como Hugo Sánchez o Guti, tienen claro que haber jugado en el Madrid significa para ellos mucho más que haber jugado al fútbol, por más que fuera al fútbol (pero también a muchas más cosas) a lo que jugaban en el Madrid. 

Raúl González Blanco celebra un gol con la camiseta del Real Madrid.

Raúl González Blanco celebra un gol con la camiseta del Real Madrid. Reuters (archivo)

Raúl no. Raúl dedicaba “a toda España” las Champions del Madrid en cuanto dejaba el capote y le ponían el primer micrófono delante. Estaba ya -en nuevo reduccionismo que ignoraba a los hinchas del Madrid en México y en Ucrania y en Sumatra- postulándose para un trabajo más allá del fútbol en el que hiciera algo por su país mejor que por el Madrid, caso de ser posible. Así que no hablamos de una corrección política que ahora haga suya como quien se traga un sapo. Él ha sido siempre así, es su naturaleza y hay que respetarla, por más que yo solicite sin ambages algún respeto para la perplejidad madridista a la que me refiero y que me tiene cogido por las tripas.

Así que Raúl se abraza al sobaco muy probablemente pestilente de Stoichkov, o pone tuits relatando el gusto que le dan los goles de Messi, porque su profesionalidad le mueve a ello, sí, pero sin que el ejercicio de la misma le produzca el menor conflicto interno. Ha escogido su cargo de embajador de la LFP porque siente que es un cargo que le sienta como un guante, y tiene razón. Es célebre la frase de Florentino Pérez según la cual algunos jugadores (Raúl entre ellos, sin duda) nacieron para jugar en el Madrid. Bastaría con matizar que no todos, y ni siquiera los mismos, han venido al mundo para representar al mejor club de la Historia una vez se retiren. Así que las cosas están bien como están, supongo. Es posible que Raúl vuelva a decir en un futuro próximo aquello de que “el Madrid es mi casa y seguro que volveré a ella algún día”, pero también puede ser que unos cuantos tuits adicionales hagan cada vez más patente el viejo dicho según el cual hacen falta dos para bailar el tango.

Si alguna vez, queridísimo Raúl, vuelves al Bernabéu y notas que los aplausos son menos atronadores, que los vítores quedan amortiguados por un incómodo silencio, no será por nada personal. No es que estemos enfadados. A lo mejor es sólo que la afición -aunque no remunerada- sabe a veces administrar, como tú, una fría profesionalidad. O que nosotros tampoco somos ya el hombre que fuimos. O que es ahora, tantos años después, cuando el Bernabéu mira la foto que le dedicaste al Camp Nou y decide, contra todo pronóstico, aplicársela a sí mismo.