Tras la bola

Hablaremos de tenis, aunque también de viajes, ciudades, culturas y periodismo en primera línea de batalla. Porque hay cosas que no se ven, pero tampoco se cuentan.

 

Albert Ramos durante su partido ante Milos Raonic.

Albert Ramos durante su partido ante Milos Raonic. Reuters

Un tipo normal

No se vio por televisión, pero habría merecido la pena tener una cámara que recogiese el momento. Después de que Albert Ramos lograse llegar a los cuartos de final de Roland Garros, derrotando a Milos Raonic (número nueve mundial), el pasillo de la pista Suzanne Lenglen se llenó de palmas, abrazos y besos entre el equipo del catalán y todos sus conocidos. La celebración no necesitó explicación alguna: pase lo que pase, y todavía puede ser mucho con todo lo que queda por delante, Ramos ya es protagonista de una de las historias del torneo, esas que siempre nacen por sorpresa en cada Grand Slam.

El catalán llegó a París después de perder contundentemente en Ginebra (doble 1-6 contra Stan Wawrinka, precisamente su próximo rival aquí) y sabiendo que los últimos cuatro años había dicho adiós en la primera ronda de Roland Garros. Sin hacer ruido, apartado de los focos mediáticos (como toda su carrera), Ramos fue avanzando rondas en pistas exteriores, lejos del corazón del torneo. No se conformó cuando se clasificó para la tercera ronda, rompiendo su marca en un grande. En un intenso partido de más de cuatro horas, toda una batalla, derrotó a Jack Sock en cinco mangas y pidió paso hasta los octavos, donde apartó a Raonic sin pestañear. Increíble.

“No me esperaba esto”, acertó a decir Ramos ante los periodistas, sentado por primera vez en la sala de prensa principal de Roland Garros. “Cuando llegué aquí estaba un poco triste porque esperaba más del torneo de la semana pasada. Pero he seguido haciendo las cosas como creo que las tengo que hacer, intentando siempre mejorar, buscando las cosas que puedo mejorar”, añadió. “A veces, haces bien las cosas pero los resultados no llegan. Por suerte, esta semana las cosas están saliendo muy bien”, dijo ilusionado. “Las expectativas que tengo son las mismas que tenía al llegar aquí. Sé que esto es un resultado excepcional y que no será siempre así. Voy a intentar hacer buenos resultados pero si no salen, seguiré entrenando”.

El discurso que Ramos eligió tras la victoria es el de un tipo normal. Lógico, Ramos es un tipo normal que de repente ha irrumpido en un mundo de gigantes. Aunque ya había dejado muestras de que iba en serio (ganó a Roger Federer el año pasado en el torneo de Shanghái), Roland Garros marcará inevitablemente un punto de inflexión en su carrera, aunque no sea joven (28 años).

Posiblemente, casi con total seguridad, lo sucedido en París no cambiará su forma de actuar en el futuro, la que le ha llevado hasta arriba. “Me gusta estar en Mataró, con mi novia y mis amigos. Nada especial, no me gustan cosas raras”, dijo antes de marcharse a pensar en el partido del lunes contra Wawrinka. Lo dicho, un tipo normal.