La Trinchera

De toros y toreros: un lugar para el aficionado en la boca del león.

Julio Benítez, a la derecha, junto a su padre 'El Cordobés'.

Julio Benítez, a la derecha, junto a su padre 'El Cordobés'. Instagram

El carisma de los iconos

“Porque lo que hay que tener en la vida es carisma y poder de convocatoria”, diagnosticó Rafael de Paula, masticando las palabras, cuando hace un lustro le entregaron la llave de Ronda en el Parador de la ciudad ante una reducidísima audiencia, casi familiar el encuentro, tan gris. La imagen viaja directamente a los 90, alcaldesa incluida. Un cuadro hortera sin opulencia ni exageraciones, es decir, nada. Ya no se entregan llaves como antes. El contexto es fundamental. En pleno prólogo del cambio político (al final la anunciada fractura del sistema sólo ha servido para hacer hueco), a Paula le preocupaba si la responsable del Ayuntamiento mandaba o no, “depende del número de concejales”, dijo en un arrebato politikon, aconsejó no comprar ni un número del libro Entre clamores y espantás, que se presentaba en el mismo acto, escrito por su hijo, Jesús Soto, “pese a la editorial, porque está mal titulado”, y le deseó larga vida al pintor Humberto Parra para que, básicamente, aprendiese a pintar. Ya de pie, asomado a los micrófonos, se despidió con musicalidad y un pareado: “Con que… yo ya estoy en Jerez de la Frontera/donde se comen las papas enteras”. En ese ‘con que’, quejío hablado, está todo el hartazgo de un pueblo, de la Humanidad misma.

Rafael de Paula da la nota en la entrega de la Llave de Oro del Parador de Ronda


Este acto de rebeldía es la primera anécdota taurina cuajada en la era digital. Nunca se sabrá cómo se transmitiría de boca en boca, qué deformación habría detrás de cada versión nueva. Hasta dónde llegaría la ilusión de ese Rafael de Paula caricaturizado por él mismo, cilíndrico, enorme e inestable, sostenido por un bastón y con una toalla al cuello, quizá borracho, maldito y directo, arrojado a la sinceridad. Paula se jugaba la vida en cada línea –las tandas son párrafos- y esas frases son perdigonazos de personalidad. El toro, sin embargo, no admite borrón y la presión de sobrevivir convierte al hombre en una olla a presión. Así nacen los iconos.

Youtube sí lo ha inmortalizado, congelando la realidad, apartándola de la literatura, convirtiéndola en literatura, y cada visualización agiganta aquel hecho: el autor jerezano decidió, consciente o no, que ese homenaje no podía ser uno más. Coloreó el desierto, esquivó la vulgaridad. ¿Puede haber algo más simple, gastado, menos transcendente que lo que allí perpetraban? Paula, en realidad, homenajeó a la mala educación, inexplicablemente acorralada.

Algunos años antes hubo otro aluvión conectando a dos genios tan separados por distancias emocionales y geográficas. Julio Benítez tentaba en una ganadería cordobesa. Lo acompañaba su padre. No sabía Julio, novillero efervescente en aquella época, perla de los Lozano, “es el torero más poderoso que he visto”, cuentan que se escuchó alguna vez en la mítica casa, que a su lado iba el quinto califa y no el padre. Estas cosas suceden como con los superhéroes: ciertos olores, situaciones y ambientes los activan. Debajo de la ropa siempre va el kit de figura del toreo, que es la piel.

Cada vez que toreaba una vaca Julio Benítez, pedía otra el hombre que paralizaba España, entró en la Casa Blanca, salió en la portada de Life, introdujo al Rolls Royce como coche ideal para sacudir los carriles de la finca y fue autodidacta en el manejo de avionetas: el fenómeno de Palma del Río obligó a alargar el tentadero hasta que entre los dos habían probado 14 vacas. Una vez finalizada su séptima, toreaba en segundo lugar, el único califa del toreo vivo –“Córdoba es la casa del toreo”- pidió una más para cada uno. Desesperado, su hijo, que ya recogía los chismes desde dos eralas antes, se negó. Nervioso también el ganadero, no sabía cómo decirle que no. La cuadrilla y los asistentes hacían malabares con la tensión.

-Ya no toreo más, estoy harto, dijo Julio.

En ese instante, finalizado por fin el tentadero, Manuel Benítez alcanzó el centro del ruedo andando. Allí se puso de rodillas, levantó las manos y mirando al cielo gritó:

-¡Sigo siendo el número 1! ¡No puede conmigo ni mi hijo!

El carisma es la solución. Lo cuentan en la ciudad como si no hubiera otra salida.