Vox no habría tenido nunca representación a nivel nacional si el PP no hubiera entrado en su peor y más turbulenta crisis. Me refiero a aquellos años en que censuraron a Mariano, Soraya colocó el bolso sobre el escaño como marcando territorio y a un Casado de pobres habilidades oratorias siempre le enfadaba el hecho de que le opacaran dos versos sueltos en forma de mujer: Cayetana y, por supuesto, Isabel.
No es que el discurso de Vox fuera emotivo (nunca lo fue), sino que caló bien entre descontentos del PP, votantes liberales huérfanos de partido y algún falangista chapado a la moderna, o sea, jugador asiduo de pádel y golf. Primo de Rivera los repudiaría.
A Vox también le vino genial el auge global del populismo para presentar a Santiago en calidad de Supermán: "Yo y mi caballo, mi caballo y yo protegeremos a España de los mil males socialdemócratas que la corroen; vótennos porque en realidad somos la última esperanza que les queda".
No es broma, vean la presentación del partido: decían (dicen) amar la belleza y la libertad, aglutinar a los generosos, mantener la honradez en tiempos de corrupción y "recordar a los que cayeron para que no caigan nunca en el olvido". ¡Como para no votarlos! ¿A qué clase de tertuliano inspirado se le habría ocurrido que en cuanto el PP colocara en Génova a un líder experimentado como Feijóo a Vox se le fuera a caer el castillo de naipes de un soplido?
Si resistió Vox la embestida del pasado 23-J, manteniendo todavía el tercer puesto en mitad de una España que se asoma de nuevo al bipartidismo, no fue precisamente por su inteligentísima contrapropuesta a la Agenda 2030 (lo que llamaron, no se rían, "Agenda España"), sino más bien porque Abascal sigue liderando una diminuta legión de jóvenes atraídos por su poderoso discurso de la tierra prometida y hay gente que no volverá el PP hasta que lo lidere Ayuso.
O sea, Vox tiene fecha de caducidad. Y Galicia les ha enseñado nuevamente la puerta de salida. De hecho, en Castilla y León el partido en su totalidad podría tirarse por el barranco si Mañueco convoca elecciones, lograra una hipotética mayoría absoluta frente a Tudanca y García-Gallardo abandonara por ende la vicepresidencia. Sería el principio del fin; la crónica de una muerte anunciada para los de Abascal: el primer gobierno autonómico al que entraron, únicamente en manos del PP.
Hace un tiempo que Vox, por suerte para Feijóo, se está desintegrando. Macarena Olona principió la debacle regalándole la absoluta a Juanma Moreno en Andalucía para después salirse del partido, decir cosas muy feas de Abascal y ratificarlas en mil entrevistas y en su libro Soy Macarena.
Desde aquel entonces Vox ha perdido completamente el rumbo, si es que alguna vez tuvo uno. Por eso empezaron recientemente con la purga de liberales (adiós, Espinosa) y le confirieron poder absoluto al ala conservadora que lidera Jorge Buxadé, quien se avergüenza de su paso por el Partido Popular pero nunca de su militancia en Falange. Un tipo ejemplar y muy demócrata.
Ahora a Abascal, hombre solitario, le rodean los últimos del corro, el Vox de los galácticos: Garriga, Buxadé, García-Gallardo, Ortega Smith… y pare usted de contar.
Viendo el once titular no debe ser muy difícil para el PP recuperar poco a poco la hegemonía en la derecha con vistas a las siguientes generales. Unas que con Koldo, Ábalos y Puigdemont sobrevolando la sombra de Pedro nadie debería descartar que, como lo hacen siempre ciertos turrones, vuelvan a casa por Navidad. O incluso antes.