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Un 12-O en Barcelona

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Tomé una decisión difícil. Quizás valiente, tal vez imprudente, probablemente irrelevante o, ¿quién sabe?, hasta estúpida. Fui a celebrar el día de mi país con amigos orgullosos de su nacionalidad a la comunidad donde está siendo amenazada, y fui ataviado de una ropa que pretendía rendir un homenaje más que merecido a mis compañeros y hermanos, desplazados operativamente a tierras catalanas.

La estancia en Barcelona el 12 de octubre me mostró y me hizo sentir cosas que no hubiera podido imaginar. Al ambiente de júbilo reivindicativo esperado se sumaron ciertos inesperados sucesos que hicieron que me replanteara mis convicciones sobre un pueblo que es muy igual a otras ciudades de España.

Al paso del grueso de la concentración y en un punto preciso se situaba un equipo de Mossos que aguantaban estoicamente los reproches de gran parte de los asistentes al acto. Me salió acercarme y vi algo que no esperaba, algunas personas se arremolinaban alrededor de esos funcionarios para mostrar respeto a la labor que aquel día realizaban, pronto me identificaron como “compañero” y así me lo hicieron saber todos y cada uno de ellos. “Gracias compañero”, de los tres a los que di la mano. Un escalofrío de orgullo sacudió mi cuerpo.

Yo, injusta y notablemente influido por la información manejada por los medios, había identificado ese uniforme como instrumento político de la destrucción del país al que amo en una tierra hermana. Hoy quizás valoro más a los compañeros que, a pesar de salvaje presión política de sus mandos, continúan intentando cumplir con una vocación de servicio público vistiendo un uniforme ensuciado por el odio secesionista.

Lejos de terminar el día allí, llegó la hora de volver a casa y lo hice caminando por Barcelona para llegar a la estación de tren de Sants. Cierto es que durante el camino hubo miradas de recelo a mi atuendo y alguna que otra frase despectiva, (evidentemente quienes la dijeron en catalán no sabían que yo lo entiendo), pero realmente fueron muy pocas.

A la llegada a la estación en el puesto de seguridad y control se dio una situación difícil de describir con palabras. Cuando iba a pasar el filtro el trabajador de Renfe y los vigilantes pararon un segundo su actividad para dirigirse a mí con estas palabras: “Queremos trasmitirle el mayor de los respetos y orgullo de los catalanes que creemos en ustedes, trasmítalo así a sus compañeros, estamos orgullosos de su labor y les damos con el mayor de los respetos las gracias…”. Quizás esta frase no hubiera sido diferente a las que escuché durante la concentración, lo realmente distinto fue el abrazo sincero que tres de los trabajadores me dieron. A parte de darles las gracias con un llanto contenido sólo pude decirles esta frase: “Los catalanes que creéis en España estáis necesitados de héroes…”.

Realmente nunca había sentido una sensación de orgullo tan grande por dedicarme a lo que me dedico, aunque lo que aquel día recibí es por justicia para esos grandes compañeros que duermen en barcos y en lugares lejanos a sus familias esperando y deseando no tener que actuar en una tierra en la que siempre hemos vivido en paz y que hoy vive un constante incendio, incendio avivado por inválidos ideológicos incapaces de asumir la responsabilidad de su injusta representación popular.

Desde mi pequeñísimo espacio les digo a los españoles silenciados en Cataluña gracias, gracias por aguantar estoicamente este odioso envite y a los que alzan su voz en favor de un edén irreal independentista les digo que no nos obliguen a imponer la defensa de sus conciudadanos, pues no nos temblará el pulso en hacerlo. La Democracia no es una quimera que se defiende sola, necesita que el pueblo representado en sus instituciones sea defendido con solvencia y firmeza.