Opinión

Ni contigo ni sin ti

Puigdemont, con su discurso escrito antes de pronunciarlo en el Parlament de Cataluña.

Puigdemont, con su discurso escrito antes de pronunciarlo en el Parlament de Cataluña.

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La estrategia es un arte. Una habilidad. Es como el nada por aquí, nada por allá; sin embargo, hay quienes confunden a base de enredar con la pericia de vender humo a precio de ganga. Pues eso es lo que el señor Puigdemont ha marcado en su propuesta a Cataluña, a España y al resto del planeta. Ni contigo ni sin ti/tienen mis males remedio/pero ahora declaro independencia y también la suspendo/ que vacilo con medio mundo/ y con el otro medio me quedo. Así lo veo y así lo cuento.

Algunos paisanos suelen comparar este tipo de pretensiones con el famoso dicho aquél de: “Quiero un cerdo grande, gordo y que pese poco”. En fin, puestos a fantasear lo único que cabe es entender que los independentistas quieren dejar la pelota en el tejado del gobierno central y ganar tiempo para volver a la casilla de inicio. O sea, el señor Puigdemont ha suspendido algo que no ha sido ni siquiera aprobado por nadie, salvo por él en base a sus propias añagazas. Difícil entender cómo alguien quiere dialogar y al mismo tiempo se proclama adalid de la independencia de Cataluña.

De manera que: “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esta explicación que os debo, os la voy a dar” que ya en Bienvenido, Mister Marshall célebre película del admirable Luis García Berlanga allá por 1953 dejara patente lo excelso de la parodia lingüística. Y en esas estamos, cuando la realidad de lo visto y oído no es otra que el refrendo al esperpento que venimos padeciendo con calma y paciencia divina.

Pues todo ha quedado en fase de puntos suspensivos y así es como los miembros de la CUP, con un cabreo monumental, se han visto con una República en sentido figurado, que a decir de su líder Anna Gabriel refería de “ocasión perdida” para la revolución total. Y en la calle un sentir funerario de los independentistas que con resignada decepción plegaban esteladas levando anclas rumbo a ninguna parte; por cierto, imagen más parecida a la de una afición futbolística bajo los efectos de una derrota. Y los fuegos artificiales de un golpe de Estado quedaron reducidos a simples luminarias sin alma.

Y la grotesca imagen volvió a salir a relucir para escarnio dentro y fuera de nuestros linderos. Una vez más la trampa se viste de Prada y el delito trata de enmascarar lo que está visto y más que sabido porque nadie se cree que este esperpento no sea otra cosa que una declaración en clave de timo. Las empresas huyen de Cataluña como de la peste y los ahorradores buscan la salud de sus euros en zonas limítrofes convirtiendo Huesca o Zaragoza en nuevos paraísos fiscales. Y esto no importa ni evidencia a los rebeldes que lo asumen todo con la mentira manifiesta porque luego por detrás (con perdón) una vez caído el telón de la vergüenza, resulta que se reúnen entre bambalinas los denominados legítimos representantes del pueblo de Cataluña y firman un documento anunciando la declaración de independencia con todas las letras del abecedario:

CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social.

APELAMOS a los Estados y las organizaciones internacionales a reconocer la República catalana como Estado independiente y soberano.

Ya me dirán si el señor Puigdemont y resto de la comparsa no van de vacile. España debe recuperarse cuanto antes de esta ridícula representación circense. Charlie Rivel se merece algo mejor.