Opinión

'Para ser hay que estar'

Puigdemont en 'Salvados'

Puigdemont en 'Salvados'

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Me encontré esta frase en el Café Comercial de Madrid. Pregunté a mis contactos de facebook por su sentido, convencido de que no había llegado por casualidad. Hoy sé que no. Para ser hay que estar. Las instituciones y los políticos catalanes han demostrado que no están a la altura de la civilización y que, por tanto, no pueden ser.

En el derecho siempre tenemos sobre la mesa un debate formal que encauza el debate material, resultando inviable materializar la justicia sin respetar las formas que garantizan un proceso justo. La razón jurídica no puede obtenerse ni ordenarse de cualquier manera porque está demostrado que esto conduce a la arbitrariedad (proscrita en el artículo 9.3 de la Constitución). El juez vela por la forma con igual intensidad que atiende el análisis de fondo del problema.

Nuestra civilización no puede sacrificar lo formal. Los medios arbitrarios ofenden todo lo que hemos conseguido tras siglos de evolución.

Hay veces que la arbitrariedad es leve y puede subsanarse, pero cuando la arbitrariedad de una institución estira el chicle hasta la sedición, y las rigurosas formas que el derecho impone como medio civilizado para alcanzar lo justo se contravienen de tal manera que la otra parte queda indefensa y a merced de quien arbitrariamente impone su razón de fondo, entonces los jueces y tribunales, por mandato constitucional, pueden someter esa arbitrariedad a interdicción.

Las instituciones catalanas han roto radicalmente con las formas que, dentro del contexto jurídico cultural europeo, delimitan el mundo civilizado de la tiranía. Disfrazados de maneras corteses y un lenguaje apañado a ese seny, nos han enseñado que para golpearnos con la arbitrariedad más despótica no hace falta subirse a una tribuna parlamentaria con un tricornio y una pistola. Son golpistas de smoking, unos bárbaros que no vienen desnudos, sino disfrazados de corderos habitando en ellos, sin embargo, la ferocidad antijurídica de los peores lobos. Presumen de una superioridad sobre nosotros que nunca ha existido porque ellos, en nuestra historia y también en la historia de la humanidad, carecen de la enorme relevancia que hemos tenido todos juntos y, desde luego, de la singularidad universal de regiones como Andalucía o Castilla, por citar algunas de las que la historia de la humanidad no puede prescindir.

Cataluña, esa magnífica sociedad vertebrada que siempre se ha caracterizado por el sentido común y por el amor al trabajo y al sentido colectivo, se ha dejado embaucar por líderes que acrisolan, como expresión de esa singularidad, un sentimentalismo nacional devenido del romanticismo del XIX que, formalizado a través de un Estado, no conduciría a cosa diferente que al fascismo. Ya lo conduce sin la fuerza del Estado pleno. Porque en eso derivan los nacionalismos excluyentes, en exclusión de la otredad y por tanto, en vocación de eliminar la diferencia. Hoy, esos bárbaros, han empezado por despreciar las formas jurídico publicas que distinguen a los tiranos de los que no lo somos. Y siendo tiranos, ya carecen de razón de fondo, pues no la pueden imponer por el único medio que existe, el cual no es otro que el formalismo jurídico como cauce de entendimiento. Por ello, cuando algo así pasa, ya es un fracaso histórico, pues, del mismo modo que solo la verdad perdura, nunca un tirano tiene la perdurabilidad ni la inmunidad frente a la inmensa fuerza de la razón democrática.