Opinión

La tormenta y los pájaros

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Ha parado el viento y bajo los árboles hay esa luz sobrenatural que sigue a la lluvia. Los pájaros gritan con todas sus fuerzas, dementes, afilan el pico contra el aire frío, lo hacen sonar en toda su amplitud de modo ensordecedor.

El amante Marguerite Duras

Hasta que se instala del todo el sol en el cielo.

Hasta entonces, los pájaros siguen trabajando, afanándose. Es una tarea rápida, en grupo, unos llegan hasta el futuro nido, depositan deprisa, veloces, los minúsculos trozos de barro, de yerba, algo que reconstruya su casa. Otros se encuentran en el aire, en vuelo. Unos a otros se ofrecen sus picos para intercambiar los materiales. No todos llegan al nido. Un trabajo en cadena, como buenos vecinos en un incendio. Y regresan, una y otra vez, formando innumerables líneas de aves que surcan el cielo, recién amanecido.

Y es así, una hora o dos de incansables viajes, mientras va creciendo en el alero un futuro nido donde cobijarse. Una hora o dos, al amanecer, después de una gran tormenta.

La tormenta asola las calles, el granizo hace mella en los coches, forma parvas en los recodos, en los balcones, en todo aquello que es refugio de la lluvia torrencial de después y de antes. Las calles son ríos.

No es Haití, ni Ecuador, ni Managua, esos grandes cataclismos.

Pero, aun así, la tormenta destroza las cornisas de los tejados, donde en primavera golondrinas y otras aves también negras, vencejos o tordos, construyen sus nidos, lejos de la mano del hombre. Sólo visibles, no alcanzables. No creo que los pájaros se fíen de los hombres. ¡Vuelan tan rápido, en zigzag, como huyendo del enemigo!

Y es así como el cielo de la calle, de un balcón a otro, se llena del vuelo imparable de los pájaros.

La tormenta destruye sus nidos, y todos a una acuden a reconstruirlos, en las primeras horas, después del desastre, como en Haití, en Ecuador, en Managua.

Y de repente, se hace el silencio. De golpe, como siguiendo una orden de retirada, los pájaros desaparecen. Dos o tres vuelven, en reconocimiento, aviones perdidos en una batalla, sin llegar al nido, que aún no es nido. Que nunca será ya nido. Todo queda por hacer. Inhabitable.

Cada mañana miro desde aquí el alero de enfrente, y allí siguen los pequeños trozos de barro, de yerba, fruto de aquella actividad primera, y fruto ahora del abandono. No he vuelto a ver a los pájaros de aquel amanecer.

Y es así como los nidos quedan convertidos en escombros, el vuelo frenético de las primeras horas, las ayudas de todas esas ongs de aves no son de gran ayuda.
Como en Haití, en Ecuador, en Managua.

Hasta que se instala del todo el sol en el cielo.