Opinión

Reasignación del terror

Un trabajador tapa pintadas a favor de ETA

Un trabajador tapa pintadas a favor de ETA Efe

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Las generaciones nacidas a finales de los 70 y los 80 crecimos temerosos de las constantes noticias que hablaban de asesinatos de una banda terrorista que, sin tener a día de hoy una explicación medianamente comprensible, mataba sin ningún tipo de justificación medianamente comprensible, pero de forma odiosamente regular.

Ese es el terrorismo que conocimos los que crecimos con ETA. La cobardía, al igual que la crueldad, era una nota característica en cada uno de sus actos.

En este punto se hace preciso aclarar que ETA no eran cuatro pistoleros, era una organización criminal que tenía muy bien establecido su organigrama y distribución de funciones. Los aparatos de ETA incluían financiación, asuntos jurídicos, organización política jerarquizada, y por supuesto miembros legalizados que contribuían notablemente a su mantenimiento y desarrollo. Cientos de familias vascas vivían de los pingües beneficios que producían las extorsiones, los secuestros y sus rescates, y el miedo que sostuvo la creación de un impuesto injustamente denominado revolucionario.

Muchas de las personas que pertenecían de uno u otro modo a ETA y no cumplen condena se han reubicado, alguno de ellos en política a través de diversos movimientos ilegalizados que han concluido con la creación de Bildu y algún otro movimiento minoritario. Ahora aquellos que celebraban cada uno de los asesinatos y hacían lo posible por que se siguieran produciendo ocupan escaños en nuestras instituciones. Quizás la todopoderosa democracia nos obligue a soportar estoicamente esta indignidad.

Pero la indignación se convierte en repugnancia cuando vemos como Podemos, con más de 5 millones de votantes, patrocina sin reservas a muchos de estos reasignados. De hecho no temen pactar políticas con ellos e incluso ensalzarles como demócratas ejemplares.

En el día en que celebramos la unión de un pueblo contra el terror un grupo político titubea y juega al despiste en nuestras instituciones a la hora de condenar abiertamente el terrorismo, ciertamente indignante y temible.