Opinión

La segunda guerra civil

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Parece que el ser humano sólo conoce una manera de superar sus enfrentamientos y frustraciones: matar y morir por una gilipollesca motivación.

Matarse por banderas, himnos o símbolos es muy humano. No existe en el reino animal una especie tan imbécil como para morir por nada. “La razón humana: la razón de los imbéciles”.

El campo de batalla ya existe, las motivaciones también y las provocaciones ya inundan nuestras vidas. Hay quien lleva tatuada en su ADN la tremenda frustración de la pérdida de varios enfrentamientos bélicos y necesita canalizar su odio usando el vasto campo permisivo que las libertades del sistema político democrático ponen a su entera disposición.

Si este caldo de cultivo se enriquece con la tremenda ignorancia de quienes se dejan llevar por las soflamas ridículas de odio de ambos bandos, -porque los bandos ya existen-, y las hacen suyas, nos encontramos preparados para morir.

Eruditos de todas las ciencias políticas y sociales analizan el movimiento independentista catalán y proponen soluciones diversas, pero nadie plantea el remedio más efectivo, realista y políticamente incorrecto: el enfrentamiento bélico.

El conocimiento de la historia humana nos hace ver que lo que hoy sucede no está nada lejos de lo que en otros momentos históricos provocó batallas en las que nos matábamos por símbolos que después desaparecieron en el olvido.

Unos se sienten menospreciados, otros utilizados. Los hay que se sienten superiores, otros injustamente inferiores. Víctimas, verdugos, chorizos, chorizados.

El victimismo fabricado es la peor de las drogas y la frustración la más efectiva de las motivaciones para convertir a la masa social de dócil a violenta y capaz de lo peor.