Opinión

Quiero hablar con mi periodista

Francisco Marhuenda a la salida de la Audiencia Nacional.

Francisco Marhuenda a la salida de la Audiencia Nacional. EFE

  1. Opinión
  2. Blog del suscriptor

Los políticos de hoy, cuando van a la oficina y se encuentran a la Policía con una orden de detención, ya no parecen decir aquello de quiero hablar con mi abogado. Hoy, no sé por qué, piden hablar con su periodista. Los últimos días ha saltado el asunto del Canal de Isabel II y junto al político había un periodista, directivos de medios escritos y varios medios negando tener nada que ver en el asunto. Ignacio González iba, en algunas imágenes, acompañado de Marhuenda y la gente del periódico de marras se preocupaba por la suerte procesal de los suyos.

Recuerdo a los abogados de ETA, que tanta celebridad alcanzaron. Ofrecían ruedas de prensa y a veces eran detenidos con pendrives que contenían objetivos o destruían documentos cuando la policía llamaba a su puerta. Todos recordamos sus rostros y cómo eran un ejército de legalidad en la sombra y sus armas eran los códigos penales lanzados como ariete. Ahora, cuando todo lo de ETA parece haberse amodorrado, los abogados han desaparecido del universo de la ETA extinta. Ya nadie sabría distinguir a cualquiera de ellos en la foto de un periódico.

Y qué decir de los abogados de los traficantes de armas y de drogas, que eran detenidos en Marbella, entre lujos y oropeles. El abogado, se decía, había traspasado el límite de su función. El abogado hace acto de presencia cuando el delito ya ha sido cometido, pero éstos, los de los narcos y los de los evasores fiscales, estaban antes, diseñándolo en su preparación, laboriosos, como artesanos de la infracción, conocedores ellos de las artimañas que ofrece el Derecho.

Pero hoy al abogado parece sustituirle el periodista, quizás porque los delitos de estos políticos se suceden a la luz del día y pueden ser descubiertos cuando ellos abandonan el cargo y llega el siguiente, en este caso Cifuentes. El periodista es así como un cicerone en los salones de las influencias y la alta política, un intrigante en la corte de banqueros y estadistas, en la sede de los partidos y un cercenador de teletipos.

Algo sospecho de que los delitos son muy grandes cuando ya no se tiene tan cerca al abogado y se prefieren los focos y la brillantez de los periodistas. ¿No será que se quiere que cubran con su luz, con su cascada de palabras, lo que puede ser evidente? ¿Qué oculten con ríos de tinta, de mentiras y de fakes, la verdad que puede escaparse a chorros? El abogado, frente al periodista, ofrece justificación legal o cuando ya no la hay ofrece la excusa o el argumento que hace quebrar el apetito del fiscal. ¿No será que el Derecho vale ya tan poco que ya sólo queda el escenario de una gran comedia en la que el periodista es el guionista de algo que se representa en televisión?

Yo habría preferido el Derecho y que los golfos, cuando salen de los cortinones al fondo del escenario y se revelan como lo que son, fuera el abogado el que de pronto acuda a su llamada y que le asista con su maletín de ciencia al por mayor, con esas herramientas de defensa que el proceso ofrece para la realización de la Justicia, pero se ve que los golfos ya no perciben al Estado frente a sus fechorías, porque el Estado está algo ausente, perdido o confundido, quizás apropiado por los mismos golfos.

El golfo siente ahora la única amenaza del pueblo, al que ahora llaman opinión pública, y se defiende de él con su agorero y su manipulador y que no signifique esto que tengo al hombre de letras por embaucador de conciencias, pero es que ya el Derecho vale tan poco mientras que la imagen y la noticia vale tanto, que sólo un titular, un tuit o un meme pueden salvar a aquél al que el Derecho tiene por desahuciado.

Yo también quiero un periodista cuando el lector finalice este artículo, por las que puedan venir, por si las moscas. Algo me da a mí que el Derecho ya no se escribe sino con los renglones torcidos de los deseos del público. La imagen, la televisión, lo fácil, sustituyen a esos razonamientos del Derecho que tienen más de verdad que de entretenimiento y hoy, según sospecho, sólo sirve lo de fácil digestión.

No hay lugar para poetas, para filósofos, santos y abogados. Sólo tienen su sitio los que pueden dar una leche en unas pocas líneas y por eso quizás sea necesario reclamar ya, por si acaso: que venga ya, sin falta, mi periodista.