Opinión

Una rubia de Raymond Chandler

Cristina Cifuentes.

Cristina Cifuentes. Efe

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Quién nos iba a decir hace una semana que Cristina Cifuentes tras haber incendiado las redes sociales con aquello de que en política a veces es mejor "hacerse la rubia" al reunirse con hombres iba a ser la principal beneficiaria dentro del PP de la Operación Lezo. Si es que sobrevive al terremoto.

Por eso, y con más motivo, convendría que Cifuentes -Cifu para los amigos, adversarios y compañeros de partido- nos explicara qué quiso decir en aquella entrevista en El País con aquello de "hacerse la rubia". Más que nada porque junto al estereotipo presente desde hace décadas en la cultura popular de la rubia tonta, tan atractiva y sensual como ingenua y estúpida, y que va de Jean Harlow a Dolly Parton, aunque alcanzase la cumbre con Marilyn Monroe, existe también, como contraposición gracias al cine y, sobre todo, al género negro, el arquetipo de la "rubia peligrosa", de Veronica Lake a Scarlett Johannson, pasando por Kim Bassinger o Jessica Lange.

Sí, sí, esa rubia que se hacía la tonta pero que en realidad era la más lista de la peli. Y si no que se lo digan a Nacho González, Nachete para los íntimos y para su mentora Aguirre (rubia también, por cierto). Un arquetipo que en definitiva es el de la femme fatal, y que sigue muy presente en la psique de las actuales sociedades occidentales y en el mobiliario mental de hombres y mujeres de toda condición desde que en ciertos entornos urbanos -como el norteamericano, en que nace el género negro- se acelerase el proceso de emancipación de la mujer. Si bien en el fondo se trata de una descendiente de aquella tentadora Eva de la manzana. O de aquella Pandora que en el principio de los tiempos también tantos desastres trajo.

Y que cuando no es capaz de salir del tópico es un estereotipo machista, qué duda cabe. Hasta se dio el caso de que quien probablemente fuera el más reputado autor de novela negra en aquel período clásico, Raymond Chandler, tal vez sintiéndose responsable de haber contribuido a consolidar el mito en obras seminales como El Sueño Eterno (1939) o Adiós Pequeña (1940), se vio obligado a teorizar brevemente sobre "las rubias" en la que para la crítica es su mejor obra: El Largo Adiós (1953). Y hasta elaboró por boca de su detective fetiche, Philip Marlowe, toda una taxonomía al respecto.

Porque para Chandler todas las rubias tenían "su no sé qué" salvo las teñidas. Tanto las "pequeñas y agradables que gorjean como los pájaros" como las "altas y estatuarias de mirada azul de hielo"."Las de perfume encantador que te miran de arriba abajo y se te cuelgan del brazo" aunque luego al acompañarlas a su casa siempre ponen excusas, o las más "dispuestas y aficionadas a la bebida". Por no hablar de esas "pequeñas y altivas" que suelen ser "verdaderas compañeras" frente a las más "pálidas, lánguidas y sombrías", casi siempre con aficiones literarias e intelectuales. O de las cazafortunas.

¿A cuál de ellas se refería Cristina Cifuentes al deslizar hace unos días, como quien no quiere la cosa, eso de en política es conveniente "hacerse la rubia" cuando se trata con hombres para lograr objetivos políticos?

En todo caso, es claro que en esta nueva escenografía de directivos de comunicación imputados y directores de periódico que los tranquilizan anunciando futuras noticias "inventadas para darle una leche" a la rubia de turno, la presidenta se nos ha apropiado con toda decisión en la trama del papel de heroína. Aunque para llevar a buen puerto su empeño, no debería olvidar que, según dicen quienes escriben guiones, lo más difícil cuando se construye un personaje es convertir los tópicos estereotipos en auténticos arquetipos.