Opinión

Con los niños no

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Un niño de cinco años tiembla de miedo, de nervios provocados por unas tan gigantescas como terribles expectativas que tiene que asimilar y llevar a un escenario repleto de luces cegadoras. Allí ha de mostrar un talento que, para existir, ha de ser directamente valorado y aprobado por tres extraños expertos en muchas cosas, pero no en talento musical.

Si ningún gorgorito saleroso tipical spanish sale de la garganta del pequeño, muy probablemente esos tres expertos dan la espalda despreciando y destrozando cualquier ilusión que el pequeño había vivido artificialmente a través de la presión de unos padres que, quizás con la mejor de las intenciones, empujaron al abismo de la frustración y el fracaso a su hijo.

Como padre quizás juzgue demasiado severamente a aquellos que envían a sus pequeños a pruebas tan duras que incluso ellos mismos evitarían, pero creo que jamás expondría a mi pequeña a una situación tan estresante y potencialmente frustrante para su ánimo y pueril inocencia.

No temo censurar abierta y personalmente a programas de televisión que, aunque gocen de los favores del todopoderoso share, pueden provocar daños irreparables en las mentes de pequeños que ni pueden ni deben estar en esa tesitura. No puedo evitar que me vengan a la mente los casos de aquellos niños prodigio que han vivido el mayor de los éxitos y han terminado destrozando su vida.

La paternidad es una responsabilidad que cada uno vive de una manera, la mía quizás pueda resultar radical para otros. El único sueño que quiero que mi hija cumpla es el de ser feliz, y ese será el campo de batalla en el que su padre peleará hasta que vuele sola y pueda decidir con conocimiento y la libertad que nace de aquel.