Opinión

Hijos de...

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Hace unos días declaraba Miguel Bosé en televisión que el amor verdadero se descubre cuando se tienen hijos. Lo demás son sucedáneos, afirmaba. Creo que se le entendió perfectamente y las matizaciones que se puedan apuntar no son el objeto de este artículo.

Últimamente ETA ha vuelto a la palestra y no lo digo por el paripé del desarme sino por diversas situaciones familiares de los integrantes de la banda que hemos podido conocer a través de los medios de comunicación. Tenemos el caso del exjefe militar de la organización terrorista, Txapote, al que se le autorizó a ir a ver a su padre enfermo o el del jefe del comando Vizcaya que ha sido autorizado también a salir de prisión para conocer a su hijo.

Para un artículo entero da el caso de Sara Majarenas, una madre etarra condenada a trece años por pertenecer al comando Levante, a la que se le ha concedido el segundo grado a fin de que pueda convivir con su hijita de tres años que fue apuñalada por su padre. Reparación física y psicológica de la niña adujo la etarra para conseguir el beneficio que le otorga el estado de derecho. Reparación del daño causado por la banda a la que perteneció es lo que recita, junto con otras fórmulas legales, para renegar de su pasado y poder proteger a su hija ahora que la ha visto en peligro.

No sé cómo se repara la vida de Silvia, la niña de seis años asesinada en 2002 por ETA, en la casa cuartel de Santa Pola, mientras disfrutaba de las vacaciones veraniegas junto a su familia. No se como se repara el daño psicológico, y físico, ocasionado a sus padres.

Desconozco como les contarían, una mala mañana, a Ascensión (9 años), Alberto (6 años) y Clara (5 años), todos ellos hijos de Alberto y Ascensión, que ya no iban a ver más ni a su papá ni a su mamá. El asesinato del joven matrimonio Jiménez-García en 1998 era, en aquel momento, el octavo caso en el que ETA dejaba huérfanos de padre y madre a uno o más niños.

He puesto dos ejemplos de los muchos que desgraciadamente oí en la radio, en la intimidad de mi coche donde pude dejar aflorar unos sentimientos que reprimo en público. Malditos hijos de… pensaba, con un nudo en la garganta y humedad en los ojos.

Muchos años después las situaciones de carácter humanitario vinculadas a los presos etarras, sobre todo cuando hay hijos por medio, encuentran en la sociedad, en la gente de bien, en el sistema judicial, en el sistema en general, un punto de comprensión, de empatía que obviamente no tuvieron los verdugos en su día, y otorgan a estos últimos un nuevo protagonismo que no merecen.

Al mismo tiempo las víctimas que, junto con sus dramas personales, van cayendo en el olvido progresivamente, también vuelven a estar de actualidad pero por recibir una nueva bofetada en sus ya maltrechas mejillas, en forma de noticia como las citadas o en forma de acciones de políticos irresponsables.

De bofetada, insulto o ambas cosas a la vez puede calificarse la postura de esos politiquillos de nuevo cuño que se ponen de parte de los malos e incluso se fotografían, sonrientes, con ellos.

Si insultante era la foto de Pablo Iglesias con Otegui, aberrante es la de la presidenta del Parlamento Navarro, Ainhoa Aznárez (Podemos) junto a Josu Zabarte, El carnicero de Mondragón que cuenta con 17 asesinatos a sus espaldas, uno de ellos un niño de 13 años, de los que no solamente no se arrepiente sino que además se jacta de desconocer el nombre de sus víctimas.

Pablo Iglesias, Ainhoa Aznárez, Iñigo Errejón y Alberto Garzón, todos con la treintena ya sobrepasada, no tienen descendencia conocida (salvo error en mi información), por lo que, por lo visto, no son conocedores del amor verdadero del que habla Miguel Bosé.

Tal vez por eso no sepan comprender el dolor de aquellos padres que perdieron a sus hijos. Pero al menos podrían mostrar algo de sensibilidad con los 1.035 huérfanos que dejó la banda terrorista ya que desde muy pequeños se vieron privados de los abrazos, besos y cuidados de, al menos, uno de sus progenitores.

Porque digo yo que aunque Pablo y compañía no tengan hijos, algo del amor verdadero les deben haber inculcado, por mucho que sean hijos de… quien sean.