Opinión

A mí ponerme donde haya

JON G. BALENCIAGA

JON G. BALENCIAGA

  1. Opinión

Imaginen una España sin corrupción y quizás, como yo, llegarían a la conclusión que sin ella no seriamos dignos de una tierra en donde el más tonto murió siempre de hambre.

Sin cohechos y sobornos Colón no habría llegado a La Española, ni sus hijos a inmerecidos virreyes, ni Cortés hubiera conquistado el reino de Moctezuma traicionando a Velázquez y robado lo que pudo a su rey Carlos; y así desde el duque de Lerma al de Palma pasado por Rato, Blesa, Bárcenas y mil ruines sin juzgar que aún gozan del prestigio y anonimato que en España solo otorga la fortuna, aunque está sea robada.

Entre julio de 2015 y septiembre de 2016 se juzgaron 1.378 delitos asociados a casos de corrupción. Pocos se me antojan en un país de poco más de 46 millones de habitantes y 19 parlamentos si consideramos que hasta ayer el que no "pillaba" era considerado un ser anómalo. "A mí que no me den. Que me pongan donde haya", se decía en los ochenta en Jockey y en el bar de mi barrio. Y todos reíamos... Todos.
No imagino una España libre de corruptos. ¿Quién de nosotros no soñó un día con una Black. ¿Quién? Que levante la mano.

Nos escandalizamos ante el cohecho de aficionados mientras la clase política juega a la democracia sin afrontar la realidad de un Estado faraónico imposible de asumir económicamente. ¿Cabe mayor y consentida corrupción? Un Estado facilitador de comisiones fraudulentas, grandes negocios al amparo de mil bigotes, cuentas en Suiza, infidelidades millonarias, fondos muy reservados y la habilidad de saber mirar a otro lado tratándose de válidos -aun a pesar del riesgo de comerse el gran marrón llegado el día en el que todo aflora-. El listado es interminable.

Asociar en España la corrupción a los políticos es simplista pero no olvidemos que sin la mano que los mece no habría culpables. En España ese binomio es de fácil resolución. Como en el caso del 3% catalán sólo es preciso voluntad a la hora de despejar debidamente la X y el verdadero responsable de esta fortuna surgirá de las tinieblas.

Resulta inaceptable para los que dudan del Estado de Derecho ver en libertad condicional y sin fianza a Urdangarin por delitos que no ha tanto merecieron garrote; como difícil creer en la coincidencia de una rigurosa sentencia para todos los encausados de las tarjetas Black eclipsando la magnanimidad con la que la justicia actúa con el cuñado real. Pero a la par repugna el cainismo que padece esta sociedad que condena con rigor lo que anhela.

Asumámoslo. Sin corrupción no sabríamos vivir en España. Sería otro mundo de una galaxia muy lejana. Sin ir más lejos, ¿qué futuro tendrían los honestos políticos que viven del pueblo y para el pueblo, los que eligen fiscales y magistrados en función de su interés y a los que el diablo nunca pareció tentar hasta que...? La abulia mataría en sus escaños a sus señorías sin nada que denunciar desde la bancada azul hasta el Grupo Mixto. La abulia y con seguridad la corresponsabilidad de 40 años perdidos. Pero no hay por qué temer. Este pueblo perdona al ladrón. Hay algo de admiración en ello. Los juzgados están sobrecargados de legajos y el aire tan contaminado por partículas de sobornos y cohechos que el viento jamás los arrastrará.