REFLEXIONES

Paterson. Un hombre en paz

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Entraba dentro de los esperable que fuese buena la última de Jim Jarmusch, que a estas alturas de su carrera y en plenitud de gracia creativa nos entregase una gran película. Pero incluso con esa predisposición nos ha surgido la sorpresa: Paterson es una obra redonda, quizá culmen de la trayectoria artística de Jarmusch.

Animo a ver la película, incluso a quienes puedan sentir una inmediata aversión al conocer que su director, guionista y músico es una de las principales figuras del cine independiente americano, o les asuste un argumento que parece la fórmula del minimalismo perfecto. Muchos inicialmente reticentes saldrán encantados de haber visto la luminosa Paterson.

Redonda es la película también por el planteamiento circular de su estructura, que viene dado desde un exiguo argumento: la sucesión de manera repetitiva de los días de la semana para un joven conductor de autobús, y también poeta a tiempo completo. Suceden los días y se repiten, con escasas alteraciones, los acontecimientos de su sistemática vida de pareja, laboral y social. Su tiempo es el ciclo completo del día, su espacio los itinerarios en círculo que veremos reiterarse. El juego de repeticiones de ida y vuelta que es la vida, reflejado en una suerte de liturgia de las horas. Adivinamos, además, una intención autoreferencial: transcurre la historia en la ciudad de Paterson, al protagonista llamado Paterson, y todo ello envuelto en el espíritu del libro Paterson, del poeta William Carlos Williams. Todo parece recursivo, todo parece volver.

Película impregnada de poesía (y, literalmente, sobreimpresionada por poemas) pero que se sustenta en una existencia de lo más prosaica, porque el poeta vive en este mundo aunque sea embajador del otro. En esta realidad cotidiana incluso encontramos brevemente a otros poetas de incógnito, también pie a tierra, en los que el protagonista inmediatamente reconoce a sus pares: una niña, un rapero negro, un viajero japonés. Se intuye que escribir poesía sea quizá lo único que escape del círculo del tiempo. En realidad, la película Paterson cuando avanza dominada por un ritmo y unas rimas, en máximo logro autoreferencial, se convierte en poesía a sí misma.

Parece que aquí la la inspiración de Jarmusch está en la vida y la poesía de William Carlos Williams, poeta que llevó una existencia que guarda paralelismos con la del protagonista, pues trabajó en Paterson como médico. Su poesía se aferraba a las experiencias diarias como aliento para la creación poética. Como en Williams, es la materia más sencilla y concreta de la vida en una corrientísima ciudad de Nueva Jersey la que despierta el espíritu de Paterson (el personaje y la película.) Tan concreta como los objetos domésticos, las comidas o las herramientas del poeta, que son su cuaderno y ese cofre del tesoro o caja para llevar el almuerzo diario junto con sus recuerdos preciados. Esta realidad material se sustancia en imágenes singularmente fascinantes; destacan las del itinerario del autobús urbano mientras se escuchan diálogos casuales, que son los de la vida de la ciudad. Imágenes que se integran orgánicamente con los poemas, la música y las referencias a la obra de William Carlos Williams.

Paterson es persona de pocas palabras pero que sabe escuchar, no es un hombre de acción. Así, un momento excepcional en el que parece dispuesto a actuar, en una situación que habitualmente el cine muestra como heroica, desemboca en el ridículo de lo innecesario. Por ello agradecemos la interpretación átona del actor Driver, muy distinta a como lo hemos visto en otras películas como Silencio, de Scorsese, o El despertar de la fuerza, de la saga Star Wars. La paz interior del protagonista irradia a un mundo sin antagonismos en el que el mal no encuentra lugar, y da carácter a una historia de amor que causa impresión en su naturalidad. El espectador entenderá que, por su concepción contemplativa, esta película no se mueva mediante el conflicto, motor habitual de las narraciones. Ni siquiera cuando en una crisis de la historia descubrimos que también la poesía puede ser perecedera. Pues para Paterson esto no supone ninguna revelación.