REFLEXIONES

La postverdad

Donald Trump, durante una rueda de prensa en la Trump Tower.

Donald Trump, durante una rueda de prensa en la Trump Tower. Reuters

  1. Opinión

¿Qué es la postverdad? El 'Diccionario Oxford' entroniza como palabra del año un neologismo que trata de captar la conmoción del 'Brexit' o la victoria de Donald Trump. El diccionario define como “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Un editorial publicado en The Economist ya insinuaba el desenlace de las elecciones americanas a propósito de la emoción. "Donald Trump es el máximo exponente de la política 'postverdad', (...) una confianza en afirmaciones que se 'sienten verdad' pero no se apoyan en la realidad”.

¿A qué hace referencia en realidad el término? ¿A los nuevos fenómenos surgido en el mundo? El populismo, los regímenes autoritarios no son nuevos, son en realidad un fenómeno antiguo. Votar engañándose a uno mismo, elegir a alguien como Trump creyendo su demagogia electoral - que en su último episodio vuelve a ser él mismo vociferando contra la prensa- engañarse a uno mismo no es algo novedoso. Eso ya ha pasado. De hecho, 2017 me recuerda mucho a 1917.

Cuando estudiaba en la universidad leí El Mundo de Ayer, recomendada por un magnífico profesor al que no olvido. En esta magnífica obra, el escrito vienés y judío Stefan Zweig señala sin reparos los defectos de esa sociedad desaparecida (la pobreza de grandes sectores de la población, la permanente minoría de edad de las mujeres, la hipocresía sexual), pero añora también con pasión el ideal de progreso indefinido y la ferviente fe en el ser humano que desaparecerían para siempre en las trincheras de la Gran Guerra (1914). Zweig evoca una cultura humanista y el frescor de una esperanza en el futuro que quedaría destrozada por los primeros desórdenes del siglo XX. Como digo, la Europa de 2017, me evoca cada vez más a la de entreguerras.

Lo ha dicho Obama antes de abandonar la Casa Blanca, la democracia ni en EEUU, ni en ningún lugar del mundo, está garantizada. Los europeos nos dimos un sistema de paz y seguridad perpetuo después de la Segunda Guerra Mundial, asegurado a través de instituciones como la Unión Europea, pero el sistema ha sido quebrado con irrupciones como la del Brexit.

En España sufrimos desafíos similares. Los nacionalismos, los independentismos, también alteraron la Europa de los años veinte. ¿Creemos que los plebiscitos pueden sustituir a la democracia legal? En Cataluña muchos políticos creen que sí, o lo que es peor, se lo han hecho creer a parte de la población. Oriol Junqueras, no es un político romántico, es un pragmático romántico. Como historiador, maneja bien los datos de la Guerra de Sucesión pero los utiliza pero despertar sentimientos. Los nacionalismos, como bien explica Álvarez Junco en su último libro, son todos “dioses útiles”, una construcción cultural. Junqueras enuncia datos económicos para señalar que “Espanya ens roba”, pero no puede defender sus veracidad, porque no la tienen en su mayoría, cuando alguien como Borrell le desmonta esa escenario mítico.

Tal vez quiera ser Francesc Cambó, y emular la Asamblea de Parlamentarios de 1917, cuando un grupo diputados y senadores de la Lliga Regionalista hicieron público en Barcelona un manifiesto en el que denunciaban la falta de representatividad del régimen de la Restauración exigiendo una reforma de la Constitución de 1876 que incluyera el reconocimiento de las identidades regionales. En la postverdad, no hay nada nuevo bajo el Sol.