REFLEXIÓN NAVIDEÑA

La alergia espiritual de Occidente

Belenes.

Belenes. CC

  1. Opinión

El conflicto de los belenes vuelve a casa por Navidad. Como ha escrito el catedrático Rafael Palomino cada año por estas fechas vuelven a Occidente esos “brotes alérgicos” que Benedicto XVI diagnosticaba con certeza: “Aquí hay un odio de Occidente a sí mismo, que es extraño y que sólo se puede considerar como algo patológico de su propia historia ya sólo ve lo que es execrable y destructivo, mientras que ya no está en situación de percibir lo que es grande y puro”.

Para Ratzinger, con la Ilustración entramos en una época histórica que fundió los plomos de la intelectualidad europea. Por más lustre que se le saque, allí se consumó una traición a la cultura occidental en nombre de unas cuantas ideas brillantes.
 En esas, el hombre dejó de ser imagen de Dios para quedarse en “imagen del hombre”. Y ahí llega el gran misterio: ¿de qué hombre? En esas, también, apartando a Dios de la esfera pública el Occidente racionalista se separa de las demás culturas, que remiten siempre a una realidad religiosa.

De hecho, Occidente rechaza sus raíces y aparece irreconocible en el mundo. Es un laicismo que postula el agnosticismo, el relativismo y tantas otras ideas bajo la marca de tolerancia. Ya se ve que es una tolerancia bastante impositiva.

Occidente padece esta curiosa alergia, cuestiona sus raíces, elude la razón por la que se celebra en diciembre “una” fiesta; para no herir sensibilidades no cristianas, y en algunos casos antircristianas, remonta sus orígenes al periodo precristiano y reivindica al solsticio de invierno...

Esa alergia se agudiza frente a los belenes navideños: un paradigma de los conflictos en torno a los símbolos religiosos. Se argumenta que unas fiestas marcadas por una simbología podrían llevar a que algunos se pudieran considerar marginados u ofendidos.
Respecto de la marginación, podría parecer que un espacio neutro en la escuela, en los edificios públicos, en las calles termina garantizando la inclusión. Lo cual es falso. Quizá ya los niños no tienen que ir al colegio vestidos de pastores para la función de Navidad. Pero como el espacio público tiene un cierto horror vacui, terminan los escolares yendo al colegio vestidos de brujitas y esqueletillos para celebrar Halloween, fiesta que no todos aceptan necesariamente.

Respecto de la ofensa, la lógica conclusión de Benedicto XVI: “¿Quién podría sentirse ofendido? ¿Qué identidad se vería amenazada? Los musulmanes, a los que tantas veces y de tan buena gana se hace referencia en este aspecto, no se sentirán amenazados por nuestros fundamentos morales cristianos, sino por el cinismo de una cultura secularizada que niega sus propios principios básicos. Y tampoco nuestros conciudadanos hebreos se sentirán ofendidos por la referencia a las raíces cristianas de Europa, ya que estas raíces se remontan hasta el monte Sinaí”.

Nada hay sobre la tierra que no pueda ofender a alguien, sea un símbolo religioso o no. La alergia espiritual de Occidente no se cura aislándonos de toda influencia de los símbolos religiosos tradicionales, sino vacunándonos contra nuevos fanatismos… Y teniendo la fiesta en paz.

En este proceso de descristianización, la alcaldesa Manuela Carmena ha anunciado la Navidad en Madrid como la celebración del solsticio de invierno. Ya desnaturalizó la Cabalgata de Reyes del año pasado en cualquier cosa menos en un acto diseñado para los niños, con reinas “magas” incluidas.
Ya estamos en el “progresismo”.