Opinión

Cristina Almodóvar, la grandeza de la humildad

Cristina Almodóvar, Descenso Serie Levedad (2008).

Cristina Almodóvar, Descenso Serie Levedad (2008).

  1. Opinión

Por Marta Teixidó, (crítico de arte).

Desde el nacimiento de Picasso (Málaga, 1881), el arte se divide en clásico y contemporáneo. Las exposiciones englobadas dentro del primer apartado, siempre llegan a lo más profundo del alma de quien suscribe estas líneas, tal como se puede comprobar en diversos artículos correspondientes a exposiciones como El Divino Morales, Ramon Casas, la vida moderna, La colección de Miguel Martí Esteve o más recientemente Renoir: entre mujeres.

Pero con referencia al segundo, si bien se aprecian temáticas, técnicas, simbolismos e impacto visual, es verdaderamente difícil decir que una exposición realmente atrape y conmueva a esta crítico de provincias, pero sí evidentemente entusiasman, como fueron por ejemplo Brossa Reflejado, (Galería Miguel Marcos); Elena Kervinen (El Quadern Robat) e incluso Andrea Frasser en el MACBA con l’1% C’est moi.

No obstante lo mencionado en el último párrafo, es necesario destacar que para sorpresa de quien firma este artículo, si ha habido una muestra que ha hecho impacto, en la que se ha apreciado una sensibilidad enorme y una delicadeza exquisita, en contraste con los materiales empleados. Se trata de: Cristina Almodovar, Racionalidad orgànica. Una muestra que es un canto a la naturaleza, en su fase creativa y también destructiva, como signo de renovación constante del ciclo de la vida, sin acritud ni resentimiento, sino con aceptación y mesura… absolutamente racional.

Cristina Almodóvar (Madrid, 1970) presenta una obra equilibrada y armónica, visualmente sedante, tremendamente humilde en cuanto a la sencillez de su temática, en la que se aprecian rasgos zen, que imprime al visitante una inesperada sensación de paz y sosiego, del deseo explícito de parar el tiempo de la contemporaneidad, para adentrarnos en el clasicismo de la serenidad contemplativa. Trabajos realizados con minuciosidad y pulcritud extremas. Composiciones donde el níveo blanco no transmite frialdad o distanciamiento, sino el color femenino de la inocencia; la tonalidad del bien y de los espíritus.

Indica Eva Heller en su libro Psicología del color (Gustavo Gili), que el “blanco, según el simbolismo, es el color más perfecto. No hay ningún concepto blanco de significado negativo”. Y en esta muestra, y en sus obras en blanco, no se aprecia nada nocivo o dañino. Incluso en su obra Gráfico de la serie Vanitas, no se observa a las polillas en una fase destructiva, sino regenerativa y transformadora, a pesar de que en su trabajo Geometría esas mismas polillas si tienen un efecto más demoledor. No obstante se observará que el color blanco no figura en la pieza. Así como tampoco en la pieza Bestsellers de la serie Vanitas, una alegoría a la destrucción de la literatura vulgar y barata, que contenta a un público que aplaude la simplicidad de ideas, sin obligarle a pensar ni reflexionar.

Almodóvar destaca también por unos trabajos realizados en hierro o acero, que imitan a la perfección troncos desnudos de árboles y ramas. En esta ocasión, el arte imita a la naturaleza: A través del muro; Viento, paisaje interior o Ruina, esta última una obra, a pesar de estar realizada en acero corten oxidado y encerado, presenta una suavidad y una ligereza extremas en lo que representa la desintegración, simbolizado por las hojas, de un organismo.

Su políptico Descenso, perteneciente a la serie Levedad es una obra de composición simple, pero de elaboración ardua. Su resultado final es de una agradable visión, también dentro de un simbolismo que implica debilidad, pero que a su vez insta a la renovación, como si del cambio de estaciones se tratase.

Una de sus obras quizás más emblemática, cargada de significados zen de esta licenciada en Bellas Artes, especialidad en escultura por la Complutense de Madrid en 1994, y que ha expuesto principalmente en Madrid, sea su Transformación. A través de la fría pieza de metal, Almodóvar logra crear esa rama austera y vetusta, manteniendo siempre su estructura corpórea, en este caso sin hojas, en busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional.

Para finalizar esta crítica, mencionar sus trabajos ejecutados en tinta, grafito, alambre y sobra de papel como Líneas platónicas, Quiebro u Hojas, Floración o Helecho. Delicadas, elegantes y suaves, no dejan de emitir una sensación de fuerza, a través de una extremada sutileza en la plasmación de la misma, así como: Las dos mitades, una obra que dentro del contexto decorativo, sin olvidar el mensaje, permite una doble funcionalidad en su colocación, y que además juega con el concepto de arraigo como emoción del ser humano, a través de lo que la Naturaleza domina a la perfección: la belleza exterior, gracias a la fortaleza interior.

Una exposición extraordinaria en cuanto a planteamiento estético, y por supuesto, cargada de significados que alientan al espectador a vivir con, por y para la Naturaleza.