Por Ángel Alonso Pachón
Es doloroso contemplar que en las realidades de nuestra historia, las buenas, las mediocres, incluso las malas algunas personas -que seguro no sabrían decir los ríos de España y mucho menos los millones de ilusiones que llenan los cementerios- quieran, ahora, despreciar esas realidades, mancillarlas y transmitirlas con ruindad moral.
Ciertas personas, aprovechando los púlpitos que la democracia -conquistada por todos- pone a su disposición, escupen veneno, mezcla de odio, de rencor, de impotencia personal, de bajeza moral y, sobre todo, veneno impregnado de dogmatismos absolutistas, culpables de millones y millones de muertos en el siglo XX.
Medios de comunicación de todo tipo que fabrican audiencias generalistas, sin capacidad de respuesta y sin capacidad de análisis, son su campo de batalla, tierra libre y facilona...
Ahora, resulta, que ciertas personas, escaladores políticos, ascensoristas de partidos, controlados a distancia, robots mecanizados, sin historia, sin cultura, tele-marketing... resulta, que esas personas, levantando el dedo de E.T., el extraterrestre, condenan, perdonan, marcan de azul o de amarillo, apartan y, escandalosamente, se lanzan, hipócritamente, a los brazos del Pacto de Tinell.
Pedro, ahora llamado Sánchez, defenestrado por culpa de su “órdago a la historia de la convivencia”, amenaza con volver para terminar su obra, quemando las naves y así conseguir, para él, lo único provechoso de sus famosas primarias: “El cuadro de la estulticia, ignorancia, necedad y estupidez de una persona”.
Yo, padre Pablo Iglesias, me confieso y declaro, arrepentido, haberme equivocado creyendo que las cabezas de los partidos eran pensantes, éticas y honradas políticamente.
Siguiendo su ejemplo, tomaré los trenes de cercanías, con bono de la tercera edad, recorreré España para exigir primarias, primarias limpias, con dos condiciones, sine qua non: la primera no engañar, la segunda no seguir engañando.
Padre Pablo, le pido la absolución y la penitencia: ¡Hijo mío!, yo te perdono, aunque sea tarde; como penitencia promete no leer más cuentos y no tirar piedras contra tu propio tejado, ¡tonto el bote!