La corrupción: carta abierta a Albert Rivera

Por Ángel Alonso Pachón

Mi única intención, señor Rivera, es hacer una reflexión sobre la corrupción y las medidas a tomar para, primero, educar a la sociedad española en los valores intrínsecos de la honradez personal, profesional y política, para después conjugar las medidas a tomar en los casos de corrupción.

La ética debe inculcarse a través de una educación programada, precisamente, en base a tres valores fundamentales: la convivencia social, la libertad individual y la democracia. Una tarea fundamental es asumir en los largos años de formación que los yo, tú y él deben conjugarse con el nosotros, vosotros y ellos.

Una sociedad, que asume esos conceptos y los hace universales, cuando aparecen las desviaciones, bajo el generalizado concepto de corrupción, debe disponer de mecanismos claros, firmes y retroactivos para corregir, castigar y compensar los hechos y las personas.

En el ámbito político, tan de moda hoy día, lo primero es salvaguardar la presunción de inocencia y respetar los plazos y términos de la justicia.

Medidas drásticas, que al mismo tiempo no protejan los derechos individuales en caso de futuros sobreseimientos o sentencias absolutorias, llevan per se al mantenimiento de la corrupción.

Ayer mismo conocí el caso de una querella interpuesta en mayo de 2009 contra una serie de personas a las que las medidas cautelares les habían impedido la venta de muchos de sus bienes muebles e inmuebles. Después de siete años, octubre de 2016, se dicta sentencia provisional con el sobreseimiento y levantamiento de todas las medidas cautelares. ¿Quién repara los daños ocasionados?

Señor Rivera, estoy de acuerdo en que las medidas contra la corrupción deben ser firmas, duras y compensatorias pero también debemos exigir y provisionar las posibles medidas reparadoras por los posibles daños ocasionados en caso de absolución.

Señor Rivera, sí, a todo lo que nos defienda de los corruptos; no, a todo aquello que no tenga en cuenta lo que pueda suceder en el ámbito judicial.

Lanzar los libros a la hoguera, sin guardar una copia, lo único que consigue es destruir la biblioteca.

Señor Rivera, no sé cómo se debería actuar; lo que sí me gustaría es que entre todos pensáramos que la honradez personal nadie tiene derecho a mancillarla de por vida.