Acoso escolar

Por Juan Fernando Ramón Sánchez

Poco a poco se va instalando la normalidad en nuestras vidas, una vez que el verano empieza a dar sus últimos coletazos. Quienes tienen hijos quizá sean más conscientes de esta situación sobre todo porque el despertador comienza a instaurar la rutina y las prisas por llegar a tiempo al colegio o al instituto e interrogarles en el último momento para confirmar que lo llevan todo en la mochila. Y así les comenzaremos a dejar día tras días en sus respectivos centros, con la satisfacción de haber llegado a tiempo y con el deseo de se formen y por qué no, se diviertan.

Desgraciadamente para algunos niños y jóvenes, el hecho de tener que asistir a clase se convierte en un verdadero infierno puesto que para ellos no es el lugar idílico que los padres suponemos, ya que se convierten en verdaderos campos de tortura en los que las humillaciones y los golpes son moneda habitual de cambio.

El desdichado que se haya convertido en el foco de atención del agresor o agresores de turno, no debe buscar otra razón que la de ser él mismo. Unas veces será por no cumplir los cánones estéticos predominantes, ser más bajo, más grueso, tener granos, llevar gafas, ser aplicado, por su orientación sexual, por su identidad sexual, por ser hijo de o hermano de.... Podemos seguir aumentando las categorías en las que se puede dividir cualquier grupo, cualquier excusa será una razón de peso para el agresor y un motivo para la víctima, a pesar de que no hemos comprendido que la víctima del acoso escolar será también a largo plazo la sociedad.

En 1961 el psicólogo Albert Bandura, profesor de la Universidad de Stanford, demostró que los niños aprenden a ser violentos y este tipo de aprendizaje es vicario, es decir, al observar la conducta agresiva en los adultos. Para ello, Bandura utilizó a un grupo de niños de preescolar y lo dividió en tres grupos, los cuales participarían de tres condiciones experimentales, a saber: el primer grupo observaría a un adulto agredir a un muñeco Bobo, el segundo grupo observaría al adulto jugando con otros objetos distintos al muñeco Bobo y finalmente el tercer grupo no observaría nada.

Efectivamente, Bandura comprobó que el grupo que había observado la agresión a ese muñeco hinchable, con cara de payaso que tenía la capacidad de mantener la verticalidad, era quienes repetían las conductas agresivas, principalmente las verbales, desarrollando más violencia física los niños que las niñas, las cuales practicaban más la violencia verbal. A la vista de los resultados, no es difícil inferir que el agresor, que también es un menor, las más de las veces, es víctima del ejercicio de la violencia en su ámbito familiar y que fruto de la misma repite esas conductas, las cuales al producirse ante iguales que guardan un escrupuloso silencio, le lleva a que sean reforzadas.

El problema de la violencia es un problema de la sociedad entera y como tal nos debemos implicar todos, a los padres comprometiéndonos y no minimizando cualquier conducta agresiva de nuestros hijos, fomentando la tolerancia, así como la comunicación con ellos, no restando importancia a cualquier conducta agresiva sufrida por ellos, la comunidad educativa, no puede mirarse para otro lado, a los poderes públicos quienes deberían legislar en materia educativa teniendo en cuenta esta realidad y sobre todo es necesario un tejido de apoyo social para la víctima, nadie debe sufrir por el hecho de existir porque además de ser inhumano, estamos eneseñándole que la violencia se practica y no pasa nada.

Si a toda esta situación le sumamos, las nuevas tecnologías mediante las cuales la violencia se practica dese la impunidad del anonimato, la violencia se ejerce de forma permanente. No demos olvidar que para educar a un individuo se necesita a toda la tribu, reza un aforismo africano.