Tierra quemada

Vista de la playa de la Nova Icaria (Barcelona) durante los meses de verano/ Andreu Dalmau/ EFE

Vista de la playa de la Nova Icaria (Barcelona) durante los meses de verano/ Andreu Dalmau/ EFE

Por José Gabriel Real, @Josega90

Me desperté ciego como Borges o Rita Barberá, con los párpados cosidos a las legañas. Agarré el móvil y leí algunos mensajes en braille. Llegué al audio de Juan y pulsé el play: “sueño contigo qué me has dado, sin tu cariño no me habría enamorado…” Me pellizqué hasta sorprenderme a mí mismo tarareando la letra sobre la cama. Esos versos parnasianos, seguidos de un afectuoso saludo, tronaban sobre una turba enfervorecida desde un punto indeterminado de Torremolinos.

Unos días antes, Juanma me había enviado una foto del Museo del Prado. Estaba disfrutando las obras que un día estudié en bachillerato sobre el proyector del departamento de Arte. Los jeroglíficos egipcios son más modernos que las diapositivas que usaba aquella profesora. Rubén y Jaime suelen retratarse en El Paloma, dejando un espacio vacío en la parte izquierda de la foto que me recuerda mi lugar original. Como esos padres que dejan intacta la habitación del hijo desaparecido por si vuelve algún día. Josan me cuenta que ha metido mi voz en un corto de terror. Hubiera preferido aparecer como Marlon Brando en Apocalypse Now: rapado, loco y endiosado, pero le agradezco que me haya aclarado el género de mis memorias.

Recibo retazos de veranos ajenos, historias preñadas de un futuro distinto al que imaginé hace años: desde canciones de Camela a cuadros de Goya pasando por cervezas que no rozarán mis labios. Salgo de Facebook con la piel quemada y las manos cubiertas de arena. Me abruman las fotos en la playa. La voz trémula de mi madre al otro lado del teléfono me horada la moral y me devuelve mi reflejo más turbio. Salir de casa sin plan, sin alicientes ni metas que cumplir porque todos los caminos están controlados por bandidos.

Reviso las carreras de Mireia Belmonte en Youtube. Las burbujas que despiden sus brazadas estallan de amor propio en las narices de sus rivales. Su entrenador y su madre reconocen que hay deportistas con más talento que ella, pero siempre tuvo claro que perseguiría su sueño hasta el final, como cuando madrugaba para hacer los deberes antes de ir al colegio o a la piscina. Gana quien resiste; los calambres en los hombros, las ganas de abofetear a tu jefe, las opiniones cargadas de veneno de los mediocres… En este agosto tibio y nublado, el calor, como la procesión, va por dentro: arde, se propaga y deja un olor desagradable. A tierra quemada, a vacaciones en Madeira.