El alcalde de Zalamea

El alcalde de Zalamea. Relieve en bronce, detalle del monumento a Calderón de Madrid (Juan Figueras y Vila, 1878) / Wikimedia Commons

El alcalde de Zalamea. Relieve en bronce, detalle del monumento a Calderón de Madrid (Juan Figueras y Vila, 1878) / Wikimedia Commons

Por Mario Martín Lucas

(Crítica teatral a 'El alcalde de Zalamea', producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigida por Helena Pimienta y protagonizada por Carmelo Gómez, exhibida dentro de la 39ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro)

La inclusión de El Alcalde de Zalamea en la 39ª edición del Festival Internacional de Almagro, ha sido un acierto en varios planos, destacando el hecho de hacer presente en un entorno como el manchego, como el de otras muchas zonas similares de la España actual, la nobleza y el sentido de la justicia de Pedro Crespo, equilibrando en él conceptos como el honor, el derecho moral, la ley, la gobernanza de la propia hacienda y los efectos sobre todo ello al ostentar el bastón de mando municipal en la propia mano.

Muy acertado el momento para hacernos llegar el gran mensaje de Calderón, datado en el Siglo de Oro español (S.XVII), que llega hasta este siglo XXI enredado en un exceso normativo y de tecnócratas, afirmando rotundamente: “El honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”…¡viva la sencillez!

Y desde esa castellana sencillez dirige Helena Pimienta esta potente adaptación del texto, con sobriedad, pero efectista, apoyada en un excelente escenografía de Max Glaenzel que recrea el aspecto visual de los antiguos corrales de comedias, dejando el fondo del escenario a un gran muro sobre el que, en la escena inicial, se evoca un juego de pelota sobre frontón, con movimientos “a cámara lenta” muy bien recreados que crean un preludio de gran belleza, antes de dar paso a la cruda trama.

Esta recreación del clásico de Calderón nos da la oportunidad de disfrutar de Carmelo Gómez en plena madurez de su carrera como actor, seguro, natural, convincente, dando carne a este razonable y justo alcalde, desenvolviéndose en el verso con tal sencillez, que parecía no declamar, y que las palabras que salían de su boca lo hacían de forma espontánea, aun con el ripio de la rima. Sin duda un gran trabajo, justamente premiado con el premio Max como mejor actor de la temporada.

Sobre el buen tono general del elenco, destaca, por su química, la pareja formada por don Lope y Pedro Crespo, en la que Joaquín Notario da una espléndida replica a Carmelo Gómez, componiendo un espacio de filosofía y sabiduría entre ambos, manejando muy acertadamente en sus personajes, tanto los perfiles de la tragedia inherente a la trama, como unas gotas de socarronería, en su justa medida, con las que flirtean con la comedía.

Sin duda, El alcalde de Zalamea ha sido uno de los montajes estrella de la temporada, y el trabajo de adaptación del texto realizado por Álvaro Tato y la dirección de Helena Pimienta, junto con actores y técnicos, hacen que estas dos horas de espectáculo pasen como un suspiro, demostrando la contemporaneidad de Calderón, y es que las cuitas que afectan a la humanidad se repiten permanentemente y siglo tras siglo.