Por la puerta grande del Cielo

El torero Víctor Barrio, en el suelo/Antonio García/EFE

El torero Víctor Barrio, en el suelo/Antonio García/EFE

Por Manuel López Sampalo, @mlsampalo91 (periodista)


Lo lógico y lo más humano (aunque suene paradójico) es ser antitaurino. Yo no soy lógico. Soy taurino (no practicante: no suelo ir a misa, es decir, al coso): porque me atrae demasiado esa áurea aureola mística, litúrgica y atávica que rodea al mundo del toreo.

La tauromaquia es la vida porque la vida es la muerte, y porque los toreros son los obreros que la miran (a la muerte) de frente semana tras semana. Los quince minutos con el toro en la arena es un paradigma de lo que es la vida: la del que mira a la muerte como un hecho biológico más, sin guarecerse en opio, cruces o en pantallas.

La muerte en el albero es el triunfo mayor de un torero y no la suerte de salir en hombros por Ventas. A Víctor Barrio le llegó demasiado pronto la 'gloria'. Pero seguro que San Pedro le da la puerta grande que en vida no pudo saborear. Total, maestro, no estarás tan mal allí donde hayas ido; te libras de tanta mierda de tanto mierda que regurgitan su bilis por Twitter, y que representan indudablemente la crisis de moral, cultura y valores en la que vivimos.