El centro político viene a quedarse

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera/Juan Carlos Hidalgo/EFE

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera/Juan Carlos Hidalgo/EFE

Por Miguel Lázaro, profesional del Turismo, escritor, blogger y ciudadano, @miguel_lazaro_

A pesar de la cantada y previsible abstención, los resultados electorales del 26-J han hablado por sí mismos: lo que más le importa y más le duele al ciudadano español, en la proporción exacta que prioriza sus deseos, es la seguridad frente al cambio. Son los resultados: no se trata ni de un sondeo de intención de voto, ni de un comentario divulgado en un debate, o de un tanteo previo electoral. Ya hablamos de datos.

A segundas vueltas, no cabe la euforia ni el sentirse más o menos triunfador. Todo puede llamarse una competencia acerca de quién se ha desgastado menos. El que gana en todo caso, no es el que aporta más razones, sino el que ha sido capaz de beneficiarse del desgaste del oponente. Las olas de la campaña han golpeado las rocas, cuando éstas han parado, ha quedado en pie un pequeño islote en el centro de las turbulencias… un peñón llamado Ciudadanos.

España no quiere jugársela con el populismo, eso ha quedado claro. Los que se abanderaban como salvadores de la patria, tiñéndolo todo de morado, arreglándolo todo con una sonrisa… ya solo les faltaba fotografiarse con el Dalai Lama jugando a la Play 4. Esos mismos, han visto que al final lo que le pesa al electorado, es que no jueguen ni con su tiempo, ni con su trabajo, ni con sus impuestos, ni con su status quo. No ha habido un adelantamiento por la izquierda, única victoria, si es que puede llamarse así del PSOE, o mejor dicho, de lo que queda del mismo.

El centro político de C’s ha ocupado por segunda vez la cuarta posición. Pese a quien le pese, y superando más obstáculos que ningún otro partido de los más votados: las circunscripciones, la ley electoral, la polaridad extrema de las campañas y una abstención que no ha logrado movilizar a los votantes moderados… pese a todo esto, el centro político ha ocupado una franja de 32 diputados, que lo convierte en parte necesaria para la negociación y el arbitraje constitucional, entre dos Españas que no se hablan entre sí, por la obcecación y los personalismos.

En este caso, el mérito no se premia en escaños. No sirve de nada apelar a la heroica cuando de datos se trata, ni quejarse por una ley electoral injusta. Si no es justa, habrá que cambiarla: sin lágrimas, sin quejas, sin escraches como otros harían. Albert Rivera habla sin anestesia en el primer punto de lo más urgente: Moción por la democracia, la igualdad y la unión de todos los españoles. No puede ser que existan ciudadanos de primera y de segunda, cuyos votos no cuenten exactamente lo mismo. El primer objetivo de la legislatura, es que la próxima vez que vayamos a votar, la máquina de contar deje de estar trucada: la Constitución en el artículo 14, dice que todos los españoles son iguales.

Si bien los más de 3 millones de votos para C’s no han hecho que sea el partido decisivo para formar gobierno, sí le convierten en la llave de las reformas necesarias que precisa España para crecer y alcanzar una sostenibilidad duradera en el tiempo. Los grandes saben que si acuerdan con C’s, van a tener que cambiar vicios estructurales. No hay ningún otro partido que proponga cambios y reformas sin ruptura: ninguno. El único partido que se ofrece como catalizador del cambio y no como protagonista ineludible de la película, trabaja con lo que tiene: gente normal, capital humano procedente de la sociedad civil.

Si el pecado del partido de Albert Rivera ha sido tratar al electorado como a personas adultas, con capacidad de decidir y actuar, y alejando cualquier atisbo de miedo asociado a la intención de voto, este hecho ha sido totalmente intencionado. De pequeños nos decían “que viene el coco”: se supone que los votantes al ser mayores de edad, ya hemos pasado por esa etapa y la tenemos superada. La inseguridad, el miedo, el temor a poner el pie para apoyarse sobre un nuevo centro, el más vale pájaro en mano… pueden ser una de las razones, o todas a la vez. Cada uno sabe por qué vota, o por qué no lo hace.

El centro es el punto de apoyo sobre el que descansa el peso de todo lo que le rodea: puede ser un centro material de masas, o un centro teórico geométrico. Cuanto más pesa, más estable es la estructura y más difícil es que se caiga el invento. Que el centro ha venido a quedarse, no es un lema publicitario ni de campaña, al menos ya no. Es una realidad que siempre ha estado presente y que siempre ha estado en el fondo de las decisiones que han llevado a este país a progresar y a hacer cosas que merecieran la pena.