Cartas de amor

Por Roberto Miguel Fernández Cortés

Mi amor, tenemos que hablar.

He cometido un grave error. Un error por culpa de un malentendido entre nosotros. No te conocía bien, no supe entender tus normas, y sobre todo, no supe comprender nuestro juramento de no defraudarte jamás. Y como dice el tópico, el desconocimiento no nos exime del cumplimiento.

Y ahora me rendirás cuentas. Si bien no quiero caer en un agravio comparativo, pensemos tu y yo juntos, mi señora, y solo por un momento, en cuánto mal te han hecho otros, pese a conocerte mejor que este servidor, tanto exteriormente como en tus más íntimos ropajes. Incluso me atrevería a decirte, que aquellos que te parieron, incluso ahora, te ultrajan, te engañan, y te violan sin pudor ni remordimiento. Pero tú te ensañas conmigo.

Así es mi señora Hacienda. Te pido perdón.

Lo siento desde lo más profundo de mi cartera, y si cabe, de mi corazón, porque a mi cartera, vieja y anhelante de tiempos mejores, se le ve el fondo. Y mi corazón, de triste palpitar por haberte engañado sin saberlo, está lleno de cariño hacia el pueblo español; un pueblo que ya no puede más con esta carga, que ve como los que te regalan el oído y pregonan en tu nombre, a la vuelta de la esquina se largan con cualquier suiza barata.

Si. Éste pueblo te quiere, y quienes te evitan para poder serte infiel, ¡esos!, esos no te quieren, aunque disimulen defenderte y te dediquen alabanzas. Y ahora tú los perdonas y los amnistías, cuando vienen con regalos y baratijas, a sabiendas que pasas por unos malos momentos. Y lloran como corderos degollados, aun sabiendo que obraron mal conscientemente. Pero mientras yacían en el lecho de la abundancia con sus amantes extranjeras, no se acordaban de ti, te decían que no tenían más que ofrecerte. En cambio yo, desde el principio he estado ahí apoyándote y dándote el sudor de mi pecho.

Yo no puedo compararme con estos amantes infieles, porque nunca te he sido infiel. No tengo riquezas, y no puedo prometerte ningún paraíso. Solo tengo mi humilde sueldo, que para mantener tus caprichos y mi subsistencia, no me llega. Pero te prometo que te seguiré siendo fiel. Siempre.