Libertad de expresión

Por Rafael Maria Molina Escondrillas

Las clases de filosofía en el colegio nunca han sido las mejor valoradas ni entre los alumnos ni entre los padres. Sin embargo, dependiendo del profesor y el entusiasmo con el que enseñara a sus alumnos, podía ser útil para la formación vital del estudiante. Una vez en clase un profesor, sin mediar introducción alguna, soltó a una alumna: “Cállate ya imbécil”. La estudiante en cuestión y el resto de la clase nos quedamos petrificados. No sabíamos el por qué de esa reacción. El profesor sonrió e inmediatamente pidió disculpas a la alumna. Con este hecho, quería explicar que la libertad, ese concepto tan de moda en nuestro país últimamente, acaba donde empieza la del otro. El pasado jueves la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, prohibía la entrada de las esteladas en la final de la Copa del Rey. Se amparaba en los artículos de la Ley del Deporte en los que se prohíbe la entrada a cualquier recinto deportivo de elementos que puedan incitar al odio o la violencia.

La decisión era cuanto menos controvertida ya que la estelada, bandera no oficial que enarbola el independentismo catalán, no está probado que incite a la violencia o al odio. Los independentistas enseguida usaron esta prohibición como arma arrojadiza al entender que se vulneraba su libertad de expresión. Y ciertamente puede que estén en lo cierto, ya que cada uno es libre de sentir cualquier ideología o nacionalidad. El problema reside en que esos mismos que protestaban por la vulneración de la libertad de expresión son los que no han repudiado la pitada al himno nacional de España, arropando un ataque a la libertad del resto de catalanes y españoles que consideramos ese símbolo, el himno, como nuestro.