Hasta que el cielo se digne a vivir en la tierra

Por Maria Luz Simon Gonzalez

No he seguido mucho la Feria de San Isidro, pero no habiendo oído hablar de grandes hazañas supongo que discurrirá de forma habitual: ¡voy a los toros!, vengo de los toros. Se va buscando el cielo y se vuelve mordiendo la arena a falta de esa conjunción que hiela el alma cuando el toro y el torero son de la misma casta, la de los valientes con el arte en el cuerpo y en la mente, la templanza del sabio y el pasodoble en las venas.

Y cómo meter en una razón lo que sólo cabalga por el espíritu.

Miente quien diga que entiende de pintura, de danza, de música, de amor, si el sentido se encuentra en los circunloquios que organiza la razón. Sabrá de datos, anécdotas, fechas, explicaciones, como yo puedo decir qué es un toro bravo o manso y qué repercusión económica o turística tienen. Entender solo se entiende si un día alguien, en medio de un sol de justicia, con bamboleo de abanicos por doquier, una faena que gusta, una música que alegra y entre naturales largos, aparece uno que construye el silencio de siglos de angustia en unos segundos que cuajan el aire y paran la respiración. El que haya vivido algo así, podrá decir que entiende de toros y defenderá su supervivencia, con excusas varias para los no lo vivieron, sabiendo que un día, cuando ningún niño pase hambre, ni frío, ni miedo, ningún animal sea maltratado, ningún ser humano sea asesinado o no tenga libertad, entonces, tendrá que asumir que a pesar de que lo que busca en los toros es cualquier cosa menos violencia, maltrato animal o sadismo, deberá admitir que muera la tauromaquia.

Ocupémonos de cambiar el dolor del mundo y cuando esta tierra empiece a ser el cielo, muerta la muerte, a lo mejor ya no necesitamos buscar esas esencias que nos transportan más allá de nuestro entendimiento.