La importancia de saber lo que comemos

Esta fruta es popular en todo el mundo. iStock

Esta fruta es popular en todo el mundo. iStock

Por Ana María Gómez Pérez

Soy médico especialista en Endocrinología y Nutrición, de modo que gran parte de mi tiempo asistencial lo dedico a los trastornos del peso y las enfermedades asociadas a la obesidad, como la diabetes. Además, soy madre de una pequeña de 14 meses y, como tal, me preocupa cada vez más lo que comemos en casa y fuera de ella. Esta misma tarde he visto un anuncio en televisión de un conocido bollo de cacao industrial en su nueva versión zero (que ahora está de moda), en el que se alega que es una estupenda merienda de cacao y hierro. Incluso se destaca que el citado bollito contiene el 50% de la cantidad diaria recomendada (CDR) de hierro y un 0% de azúcares añadidos. Lo que no comentan es que contiene gran cantidad de aditivos como fructosa, sorbitol o matitol, grasas saturadas y aceites vegetales de baja calidad nutricional como el aceite de palma o alérgenos como pasta de avellanas o trazas de huevo. ¿Dónde quedaron las frutas, los lácteos y los bocadillos deliciosos con aceite de oliva y jamón serrano que me esperaban en casa al llegar del colegio?

Al margen de la marca en cuestión o el producto concreto, cada vez me preocupa más la atracción que este tipo de productos y sus coloridos envoltorios o llamativos regalos genera en los niños. Actualmente en España tenemos una tasa de obesidad de en torno al 30% en adultos y casi el 14% en la población infantil, con unas previsiones devastadoras de aquí a 10 años. El asunto es más peliagudo aún teniendo en cuenta que la dieta mediterránea es una dieta contrastadamente saludable, que incluso ha demostrado su relación con la prevención de la mortalidad cardiovascular en el estudio PREDIMED. Uno de los principales problemas es que cada vez estamos más alejados de ese patrón de dieta mediterránea y llevamos vidas más sedentarias.

Pero ¿qué solución tiene este problema? En Reino Unido, en parte gracias a la excelente labor del chef Jamie Oliver y sus campañas en colegios e institutos dedicadas a la educación nutricional y la mejora de los menús escolares (Jamie's Food Revolution), se ha aprobado recientemente un nuevo impuesto sobre el azúcar. Personalmente no creo que la solución esté en este tipo de acciones, por lo menos no es suficiente. Es fundamental la educación para una vida saludable, que incluya tanto educación nutricional como educación en hábitos de actividad física desde la infancia. Desde hace muchos años se realizan actividades preventivas de educación sexual o educación vial en los colegios. ¿Por qué no incluir la educación nutricional? ¿Por qué no enseñar a los niños y a sus padres, si es necesario, a cocinar mejor y más sano? ¿Por qué no aumentar las horas de educación física? Son preguntas que me rondan desde hace tiempo la cabeza, como madre y como profesional que a diario ve en su consulta las consecuencias de llevar una alimentación inadecuada y una vida sedentaria.

Más allá del estupor que este tipo de anuncios me provocan, el mejor consejo que puedo darles muchas veces a mis pacientes y conocidos es que la alimentación saludable y la afición por la actividad física es la herencia más valiosa que uno puede dejarle a sus hijos. De ese modo les estamos regalando una vida más saludable. Y el asunto empieza por nosotros mismos, si no sé lo que estoy comprando, si no leo los ingredientes de los productos, no sé lo que le doy a mis hijos. Lean, infórmense, pregunten y prueben a cocinar más productos frescos y menos precocinados y bollería industrial. Dentro de 30 años sus hijos se lo agradecerán igual que yo le agradezco a mi madre sus comidas caseras, sus bizcochos con aceite de oliva y el amor que nos ha inculcado por la gastronomía.