El sujeto... el verbo y el predicado

Rivera-Sanchez-Rajoy-debates-electorales_113999707_3162726_854x480

Rivera-Sanchez-Rajoy-debates-electorales_113999707_3162726_854x480

Por Pilar Encuentra

El manoseo de la palabra es pecado capital en democracia. Un cáncer que la va matando. Muchos actores protagonistas de la política española están violando las palabras, y con ellas, las ideas. Lo hacen con insistencia y con descaro. Tal vez, porque creen que se dirigen a una masa incapaz de razonar. Y eso es grave. En una democracia, el pueblo es el sujeto de la soberanía. Tiene el poder, que da y que quita. Por eso, es del todo imprescindible que esté bien formado. Si no es así, nuestro vehículo, el que nos ha de hacer progresar hacia una sociedad mejor, está pilotado por un ciego que tarde o temprano acabará atascándose o estrellándose. Para que no llegue a ocurrir esta desgracia, es imprescindible recobrar la visión.

Una de las manipulaciones se han estado repitiendo desde el 20-D es la lectura del resultado electoral. "España ha votado cambio", insistía el candidato del PSOE. "Ha votado no a Rajoy". Y a continuación, se presentaba como candidato a sustituirlo sin aplicarse a sí mismo, como sería lógico, la misma sentencia: mucha más mayoría de españoles de la que ha votado para que no gobierne Rajoy ha decidido que no lo haga él.

Leer lo que pasó el 20-D no es tan complicado si el mensaje principal no se retuerce. Conviene releerlo sin manipularlo ahora para no repetir el mismo error en tras la nueva convocatoria electoral. La voz del conjunto de los españoles, que es coral, decidió que siguiera gobernando el Partido Popular en minoría. El aliado natural era Ciudadanos, que tiene todo el derecho a mantener su identidad y no ser confundido con una muleta del PP. A Ciudadanos, se le hubiera reconocido y agradecido que hubiera impuesto condiciones conformes a su programa: mayor firmeza contra los nacionalismos y regeneración, a las que el PP no hubiera podido negarse. Tal vez incluso las hubiera agradecido para tener una excusa para reaccionar sin la tibieza que exhibe frente a las políticas nacionalistas y para hacer la purga interna que necesita el partido.

En cuanto al PSOE, de no querer pactar un gobierno de gran coalición, posición comprensible para evitar la amenaza de que Podemos le arrebate el liderazgo de la izquierda, hubiera podido abstenerse y encabezar un marcaje corto, un control feroz, una oposición durísima con posibilidad de presentar y ganar una moción de censura en cualquier momento de la legislatura si el PP pretendiera hacer una política idéntica a la anterior, que esa sí (y no el PP como partido gobernante) fue censurada claramente por el electorado.

La segunda aunque más antigua manipulación del lenguaje que quiero resaltar y que ha constituido otra de las claves del atasco actual es la del llamado derecho de autodeterminación, disfrazado bajo el eufemismo "derecho a decidir". Ciudadanos de distinta formación defienden el derecho de autodeterminación de comunidades autónomas como Cataluña o el País Vasco, convencidos de que es un derecho democrático y que ejercerlo perfeccionaría nuestra democracia, "Que les dejen votar". "¿Qué problema hay en que voten?". "Esto es una democracia y los problemas se resuelven votando".

Acuden al argumento de la calidad democrática para acabar pidiendo que se dinamite el fundamento mismo de la democracia. De locos. Los constitucionalistas advierten del engaño insistentemente, una y otra vez, y explican que permitir que los catalanes o los vascos decidan separadamente sobre la independencia de sus respectivos territorios significaría arrebatar el derecho del conjunto de los españoles a hacerlo. Pero por mucho que insistan, su mensaje cae sobre terreno impermeable: no cala, no penetra, no es asimilado, y por lo tanto no da fruto. ¿Por qué?

El problema está en el sujeto. Los españoles ¿quiénes son? Hemos vivido durante las últimas décadas una política autonomista tan acentuada, que el concepto de España ha quedado desdibujado por los de Cataluña, el País Vasco, Navarra, Andalucía, Galicia, Extremadura... La sustitución de la población española en su conjunto por la de las poblaciones de las distintas autonomías se ha gravado a fuego en las conciencias. Y ha cambiado el sujeto de la oración.

Para desenredar estos nudos que nos asfixian que están en el corazón del conflicto, hay que volver a alfabetizar, enseñando el orden correcto de la buena escritura: el sujeto, primero. Y después, el verbo y el predicado.