¿Dónde está la gran política en la Unión Europea?

REUTERS/Ralph Orlowski

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Por Félix Francisco Sánchez Díaz

Parece mentira que haya que decir esto, pero las cosas están de tal modo que conviene no callar nada. Ante el exceso de micro-política que sacude a los estados nacionales europeos, singularmente a los que se acogen a la bandera de las doce estrellas, es más necesario que nunca recalcar que debe haber una gran política europea. No cientos de políticas singulares, sino una organización de los asuntos políticos que afectan a la Unión Europea.

Hemos oído con harta insistencia que la política con mayúsculas no es posible hoy día en el seno de la Unión. Múltiples factores se opondrían a ello: la desigualdad de los intereses de las distintas naciones que la integran (singularmente, la de las naciones norteñas frente a las sureñas y orientales), la bajura de miras de los líderes europeos del momento, la desarticulación política de las instituciones europeas, que se presentan (es un decir) más como un remedo de Estado que como una potente organización política de Europa…  la Unión Europea que conocemos se parece más -la Comisión Europea- al consejo de administración de una sociedad anónima, dicho sea con todos los respetos hacia las sociedades anónimas y sus órganos de gobierno, y -el Consejo- a una jaula de grillos donde cada jefecillo nacional quiere ser el que chirríe más alto, que a una verdadera manifestación del nacimiento en Europa de una comunidad política con legítimas aspiraciones de suceder al estado-nación.

Mucho hay de cierto en todo ello. Y, sin embargo, nos encontramos ante una necesidad absolutamente inesquivable: la política, toda la política que hoy día nos cabe hacer, hemos de hacerla en el ámbito del subcontinente europeo. Más abajo ya sólo cabe la administración de los asuntos públicos. Alta administración, sí se quiere. Administrar para cuarenta y seis millones de españoles, para ochenta y un millones de alemanes o para sesenta millones de italianos no es ninguna broma. Requiere capacidad y honestidad a partes iguales. Pero necesitamos no confundir eso, la administración de los asuntos públicos en el nivel intraeuropeo, con la política europea, con la definición de una comunidad política que nos proporcione el marco de relación y la posición en el mundo de los cuales andamos huérfanos desde, por lo menos, el final de la segunda guerra mundial.

La Unión Europea necesita desesperadamente ponerse las pilas. Lo primero que debe comprenderse es que es una necesidad cultural, geoestratégica y económica. Lo siguiente es que debe persistir como espacio de libertad e imperio del derecho. A continuación es preciso adquirir conciencia de que necesitamos ser fuertes como unión política, en un mundo volátil en el que los actores internacionales emplean cada vez más abiertamente el lenguaje de la fuerza. Y, por último, la Unión Europea no puede cometer el inmenso error de cerrarse sobre su vieja tradición cultural, sobre sus glorias del pasado. Hemos de reconocer con humildad que ya no somos lo que éramos, pero debemos permanecer abiertos para acoger en nuestro territorio a los mejores en cualquier ámbito de la vida, vengan de donde vengan.

Sólo así, quizá, tengamos una oportunidad en esta sociedad global.