Proceso de paz

Por Maria Luz Simón González

Tenía 10 años cuando me escondía bajo las sábanas imaginando que mi idea de que nadie podía decidir la muerte de otro ser humano provocara que aquellos “grises” que a veces pasaban bajo mi ventana golpeando jóvenes estudiantes entraran en mi casa por no aceptar como válida la decisión de Franco de ordenar la pena de muerte a unos terroristas. Nadie sabía de mi pensamiento pero mi angustia se transformaba cada noche en esa huida entre las sábanas.

Ningún ser humano debiera sentir miedo a pensar.

Pero las dictaduras ejecutan un control sobre el pensamiento, las palabras, las ideas. Se esgrimen ideologías como banderas y se busca la degradación no sólo física sino también psicológica del contrario.

Por eso es importante para la izquierda radical definir su puesto junto al “pueblo/gente”, que podía ser algo muy indefinido pero que ellos delimitan de forma muy precisa: el “pueblo/gente” es el que lucha contra los poderosos. Por eso uno puede ser rico y del pueblo, puede ser famoso y del pueblo, pues si su actitud es ir contra el poder establecido ya es del “pueblo/gente”. Y si ese “pueblo/gente” no manda, no hay democracia. El “pueblo/gente” es el único legitimador del poder. Cuando los secuaces de Maduro y otros seguidores hablan de escuálidos para definir sus víctimas están dando pie a permitir su eliminación, repito física o mental. Los insultos a Guardia Civil, Policía Nacional, Monarquía o cualquier personalidad van dirigidos a rebajar su existencia para que esa existencia no sea defendible.

Cuando a ETA, asfixiada económica y en la opinión pública, Zapatero regaló el proceso de paz, se la permitió respirar de nuevo. Fue una respiración asistida y condicionada, no condicionada a su destrucción, condicionada a vivir de otro modo, ya sólo se le permitiría realizar opresión psicológica. Esa opresión que denunciaban como justificación de su terrorismo la ejercerían ellos ahora sin armas, sin secuestros, sin muertos, sólo dejando bajo las sábanas a los que preferían vivir con angustia, antes que huir o asumir ese proceso no de paz, de victoria de ETA.