Una mujer en la universidad

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

El primer día de clase un bedel condujo a la nueva alumna a la sala de profesores, donde el decano de Filosofía y Letras la encerró con llave para preservar la reputación de la señorita. Hoy en día no nos extraña ver mujeres en la universidad, pero en 1892 era insólito. Nadie recordaba a Lucía de Medrano ni a Francisca de Lebrija, que habían alcanzado la cátedra en Salamanca y en Alcalá unos siglos antes.

María Goyri era hija de madre soltera, Amalia Goyri, que no la llevó al colegio. Tenía arrestos y preparación para instruirla en casa con su propio programa de estudios, y así le evitó una enseñanza primaria demasiado elemental para las niñas. Cuando María enfermó de coxalgia, una variedad de artritis, el médico prescribió aire libre y Amalia le dio las clases en una plazoleta del Retiro. Luego tuvo la audacia de llevarla a un gimnasio donde convivió sin prejuicios con niños de su edad, y a los doce años la inscribió en una escuela de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, fundada por Fernando de Castro y otros profesores progresistas para fomentar «la educación e instrucción de la mujer en todas las esferas y condiciones de la vida social».

Para el paso a la universidad hubo que pedir la licencia que la Dirección General de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento otorgaba a las poquísimas mujeres que entonces se atrevían con las convenciones sociales. La primera universitaria española de la edad contemporánea fue María Elena Maseras Ribera, que cursó y acabó Medicina en la Universidad de Barcelona. Consuelo Flecha ha estudiado la escasa presencia femenina en la universidad de la época y refiere treinta casos en las tres últimas décadas del siglo XIX. Como hasta 1910 no se reguló el acceso de la mujer a la enseñanza superior en igualdad con el varón, María Goyri tuvo que pedir la gracia que dispensaba la autoridad educativa con el previo beneplácito de los catedráticos: «El profesor que suscribe no halla inconveniente alguno en que se otorgue lo que solicita la Srta. María Goyri. 7 de Octubre de 1893. Nicolás Salmerón».

El encierro de María en la sala de profesores duró hasta la hora de la clase. El catedrático la llevó del brazo hasta el aula y la sentó junto a él en una mesa supletoria para evitar el contacto con los alumnos masculinos. Aquel temor a que un escándalo estorbara la marcha de las clases se disipó muy pronto, como había previsto Concepción Arenal con la clarividencia de las precursoras y la perspicacia de su edad: «Esperamos que los hombres se irán civilizando lo bastante para tener orden y compostura en las clases a que asistan mujeres, como la tienen en los templos, en los teatros, en todas las reuniones honestas donde hay personas de los dos sexos. ¡Fuerte sería que los señoritos respetasen a las mujeres que van a los toros y faltaran a las que entran en las aulas!».

Las ventajas de que alumnos de diferente sexo aprendieran a tratarse con naturalidad eran conocidas por María Goyri desde su infancia. Con base en esa experiencia defendió la coeducación en un congreso pedagógico celebrado en el Ateneo de Madrid. La escritora Antonina Rodrigo cuenta que la intervención de María le valió aplausos e incluso el abrazo de Emilia Pardo Bazán. Dado que se discutía una ponencia de Concepción Arenal sobre deberes y derechos de la mujer, el acto tuvo el valor de un relevo generacional en la dignificación femenina.

María Goyri se doctoró en letras en 1896. Enseñó literatura en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer en la que había sido alumna. Escribió artículos feministas para la Revista Popular. También enseñó en la Residencia de Señoritas. En 1918 participó en la creación del Instituto-Escuela, de cuyo proyecto de Lengua y Literatura Española fue autora. Durante toda su vida mantuvo su empeño por la educación como medio de emancipación de la mujer. Hoy es una feminista olvidada porque el acceso de las mujeres a la enseñanza superior está tan normalizado que la mayoría del alumnado universitario es de sexo femenino y las dificultades de aquellas primeras alumnas parecen superadas. Además, los logros profesionales de María Goyri oscurecieron su lucha por la igualdad de sexos. Colaboradora y esposa de Ramón Menéndez Pidal, juntos descubrieron y recopilaron con formidable esfuerzo los viejos romances castellanos que perduraban en la tradición oral sin que los demás estudiosos de la literatura se hubiesen enterado.

María Goyri merece el reconocimiento que se debe a los pioneros de las mejores empresas. Y difundir el ejemplo de las feministas ilustradas es mucho mejor para la causa de la mujer que asaltar capillas o poner faldas a las siluetas de los semáforos.