La reducción de Zidane

El entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane/Emilio Naranjo/EFE

El entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane/Emilio Naranjo/EFE

Por Carlos Higueras Carrasco

Decía Ricardo Gómez, pocas horas antes del partido, que si de algo se alegraba era precisamente de la pérdida de un fanatismo, el futbolero, que todos sentimos alguna vez en este gremio. Era, en efecto, la “reducción de forofismo” que tantos madridistas habíamos compartido, Gómez y millones de personas como él, la que ahora nos hacía “disfrutar de este increíble deporte”. Porque es la contención de emociones, la firmeza y el carácter de lo imprevisible, junto a una extraña y peculiar pasión perseverante, lo que caracteriza al Madrid de Zidane.

El Barça volvió a repetirse, como volvió a pedir hace meses jugar la final de Copa en el Bernabéu. Fue un partido lento, insípido, aburrido. No hubo velocidad, tampoco excesiva verticalidad, se jugó en espacio reducido. Pero la posesión volvió a entrar en juego, recordando la mítica cantinela de siempre, a saber, que con el balón se juega al fútbol y, además, se imparten lecciones de estética y de ética. El señorío, vaya.

Aristóteles –maestro y precursor de casi todo lo que somos, y quién sabe si también del fútbol– aseguraba aquello de ex nihilo nihil fit, de la nada nada se hace. El famoso tridente, que a uno le recuerda al ya lejano Messenger, fue la mejor representación de lo que fue el Barcelona sobre el campo: la nada, la auténtica y absoluta nada. Ni el inútil gol de Piqué, por estéril, pudo tapar el quilombo de un equipo que tácticamente retrocedió a los inicios de Luis Enrique, dejados en el olvido en la Ciudad Condal. Las hemerotecas desenmascaran a los usureros, siempre.

Fue emocionante observar cómo Gaspart, el que las liaba en los palcos con Sanz entonces de Presidente al otro lado de la palestra, se reservaba lo que en verdad pensaba sobre el presunto penalti de Ramos cuando era preguntado por las cámaras de Canal Plus en el descanso. Su “tranquilidad” no es sino la pertenencia a un organismo tan podrido como desprestigiado. Es la Liga de Villar y de Sánchez Arminio, la que estaba “peligrosamente preparada” para el Madrid. Simeone, leyenda de un visionario.

Lo de menos es la victoria. También que el propio Barcelona ha caído, tras 39 partidos sin hacerlo. Mucho más insignificante es la ausencia de todo un ataque que mete miedo, nos insistían. Lo de menos es que el Barça jugaba con doce, como nos recordaba tan alegremente la propaganda del régimen. Ni que decir tiene que el que ganaba ayer ganaba un título. Eso queda en agua de borrajas cuando descubres que hemos dejado de ser unos lunáticos empedernidos para disfrutar del arsenal de Zizou, el arte de la reducción. Siempre para disfrutar, con serenidad y precaución. El nuevo señorío que, como escribía también en Twitter el gran Jorge Bustos, significa jugar con 10 y ganar atracado. Con dos cojones, y el espíritu de Juanito.