La libertad y la ley

El concejal de Jaén en Común (JeC), Andrés Bódalo/José Manuel Pedrosa/EFE

El concejal de Jaén en Común (JeC), Andrés Bódalo/José Manuel Pedrosa/EFE

Por Esteban Peña Llamas

El 4 de mayo de 1821, Matías Vinuesa, “el cura de Tamajón”, moría asesinado en la cárcel de La Corona en Madrid. Vinuesa era un conspirador absolutista que lideró un plan para derrocar al régimen constitucional del trienio liberal. Fue detenido y juzgado por ello. La mañana de los hechos el juez le condenó a 10 años de prisión. Una turba de ciudadanos descontentos con la sentencia irrumpieron el mismo día en la cárcel y lo mataron. Así describe los hechos el periódico El Universal: “se presentó a cosa de las 5 delante de la cárcel de la Corona un gran tropel de gente, que manifestó la intención de apoderarse de la persona del reo. El piquete de la milicia nacional que estaba encargado de su custodia, se opuso a este intento; y viendo la superioridad de fuerzas se encerró dentro de la cárcel, y empezó a hacer un vivo fuego desde las ventanas; pero entretanto la multitud allanó el almacén de la villa que está próximo a la cárcel, y apoderándose de varias herramientas, logró forzar la puerta principal y penetrar hasta la habitación del reo, a pesar de las esfuerzos de los milicianos.... las demás circunstancias de este acontecimiento se cuentan todavía con tal variedad que no nos atrevemos a referirlas; solo sabemos que el cadáver da muestras de que la muerte fue ejecutada con los mismos instrumentos que sirvieron para forzar la puerta”.

Las circunstancias que se ocultan tras los puntos suspensivos las relata Galdós en sus Episodios Nacionales: “Viose en el aire un círculo rápido y espantoso trazado por un pedazo de hierro adherido al extremo de un palo, que blandían manos vigorosas. El martillo describió primero un círculo en vano, después otro... y la cabeza del infeliz reo recibió el mortal golpe. Siguiole otro no menos fuerte y después diez navajas se cebaron en el cuerpo palpitante”.

Así se las gastaba en 1821 el pueblo español soberano en el ejercicio de su libertad, “horda de caníbales” según el mismo Galdós. En absoluto quiero con esto cuestionar la soberanía popular que me parece sacrosanta, sino reflexionar sobre el necesario equilibrio. Si una democracia quiere ser sana, estable y próspera, entre el imperio de la ley y la libertad, sin la libertad la ley no es legítima, y el caso Vinuesa describe perfectamente en lo que se puede convertir la libertad sin el respeto a la ley.

En la España de hoy, el ejercicio de la libertad en contra de la ley está muy de moda en diversos ámbitos sociales, de la política y de la cultura. Estas prácticas, aparte de engendrar ciudadanotes malcriados y consentidos que van por la vida haciendo lo que les viene en gana invocando a conveniencia su derecho de ejercer la desobediencia civil, son el portal que abre el camino a acontecimientos tan horribles como los que ocurrieron aquel funesto 4 de mayo de 1821. Alguien puede decir que exagero, que la desobediencia civil sólo se dirige contra aquellas leyes consideradas injustas. Pero, ¿quién decide lo que es o no justo? El ciudadano que empuñó el pedazo de hierro adherido al extremo de un palo aquella tarde consideraba la sentencia del juez como injusta y su acción terrible un acto de justicia suprema, seguro que se fue a casa con su mujer y sus hijos pensando que era un gran patriota. Alguien puede apelar al sentido de justicia de la mayoría para resolver el dilema, es decir, se consideran justo ciertos valores que una mayoría de ciudadanos cree que son justos, aunque sean contrarios a la ley, pero volvemos a lo intangible. ¿Cuantos ciudadanos son necesarios para considerar sus valores como justos? Porque no se trata de que a cuatro gatos se les ocurra una idea peregrina y los demás tengamos que pasar por el aro.

Haré la pregunta de otra manera. ¿Era el “gran tropel de gente” que se presentó en la cárcel de La Corona una mayoría suficiente como para legitimar como justa su intención de reventarle la cabeza al cura de Tamajón con un martillo? ¿Es legítima una salvajada como esa simplemente porque una mayoría la desee? Para eso está la ley, para controlar los excesos de la libertad. Sin ley la bestia no tiene control y es fácil que se desboque. La ley sirve para protegernos de nosotros mismos. Si alguien encuentra una buena razón para desobedecer a la justicia en nombre de la libertad que recuerde bien lo que hay al otro lado del umbral: la bestia desbocada que un día devoró a Matías Vinuesa y que no sería la primera vez que se vuelve también contra su libertador. Va para terminar la siguiente pregunta, dirigida a aquellos que piensan que éstas son sólo cosas del pasado: ¿Alguien tiene que hacer mucho esfuerzo para imaginarse dentro de la celda del cura de Tamajón con un martillo en la mano al concejal Bódalo, al chaval que agredió a Rajoy, a ese otro que iba por Madrid con una mochila cargada de tornillos y gasolina dispuesto a defender la libertad o a esos tipos que se dedican a quemar indigentes por las calles, por citar algunos casos de los de mayor actualidad? Yo desde luego no.