Huyendo de los Goya

Los ganadores de los Premios Goya/Javier Barbancho/Reuters

Los ganadores de los Premios Goya/Javier Barbancho/Reuters

Por María Gómez De Sicart

Me atrevo a decir que cuando los Hermanos Lumière inventaron el cine, no lo hicieron con un propósito político, ya que pese a pensar que su invento no tenía futuro, siguieron usando ese aparato, tan revolucionario como mágico, que habían creado. También me atrevo a decir que ni George Méliès, ni Charles Chaplin ni Alfred Hitchcock pensaban en el cine como una manera de hacer propaganda, incluso pongo la mano en el fuego por que ningún cineasta actual como Steven Spielberg, Martin Scorsese o Quentin Tarantino usa su cámara para favorecer o perjudicar a Obama en la Casa Blanca. Los americanos y los británicos parecen haber entendido que el cine es amor al arte, un sentimiento propio transmitido a un público. Por eso es una pena que en España, aquellos que deberían ver en él un fin, lo usen como un medio en la política.

Hace una semana se celebraron los Premios Goya y siete días más tarde todavía se palpa la frustración de la noche. La gala comenzó con un espectáculo musical, posteriormente calificado como plagio de Broadway, seguido de una intervención sin gracia del presentador que finalmente dio paso a la entrega del primer premio. Entre discurso inacabable y discurso eterno se dejaban caer las típicas bromas de cada año sobre la situación política del país y, cómo no, se reiteraba la infravaloración e incluso marginación de la cultura y, por supuesto, del cine por parte del gobierno.

Entonces “la gran noche del cine español” (en realidad, la gran noche de las diez películas que se han hecho ese año) se empieza a convertir en la gran noche de la reivindicación en la que unos pocos intentan hacer mucho ruido delante de las cámaras, y el arte y el amor por lo que los Hermanos Lumière inventaron queda relegado a un segundo plano.

El cine en España está financiado por el Estado (sí, una parte de sus impuestos ayudó a que “Ochos apellidos catalanes” llegara a las salas de cine) y el número de productoras que existen se puede contar con los dedos de la mano. Actores, directores, guionistas y muchos otros gremios se quejan de lo caro que es ir al cine y culpan a los gobiernos de ahuyentar a los espectadores de las taquillas. Yo, contrariamente, me quejo de la poca iniciativa de los mismos que echan la culpa a la política, de los que en vez de reinvertir lo que ganan con su cine en el mismo, se dedican a destruirlo y a generar a partir de él un conflicto cultural con connotaciones políticas. En los índices de películas más vistas, los films extranjeros ocupan las primeras posiciones. ¿Por qué? Porque han sabido crear una industria de una pasión: películas independientes y superproducciones saben convivir, como también lo hacen sus creadores y colaboradores. ¿Usted se imagina a Danny Boyle pidiéndole dinero a David Cameron para financiar ¿Quién quiere ser millonario? Antes se presentaría al concurso.

Lo que les quiero decir, señores tan defensores del cine, es que es hora de que empiecen a hacer honor al título que ustedes mismos se han otorgado. La falta de interés por el cine español no viene dada por la política, sino por un sistema que no sabe prosperar. Nadie, excepto ustedes mismos, les va a ayudar a fomentar ese arte que tanto dicen amar, y si oyen a algún político decir que su programa los beneficiará, recuerden: Francamente, queridos, a ellos les importa un bledo.